El futuro de España


Teresa Barro
Los habitantes de ese país que se llama España no son capaces de forjar el futuro y se dejan llevar por la corriente, a la espera de que alguien les diga lo que hay que hacer o que sea la vida misma la que se encargue de llevarlos a algún puerto.  Es una actitud infantil que, dado que no parece provenir de que sean menos inteligentes o estén menos dispuestos a trabajar y a abrirse camino que los demás, tiene que ser producto de lo acaecido, y de la psicología y manera de hacer, pensar y sentir creadas por las circunstancias. Habría que analizar el porqué de la incapacidad de tomar las riendas del presente y forjar el futuro, y llegar a una catarsis que libere de la enfermedad y anime la mente y el espíritu.  Y para eso hay que ver lo que pasó con la dictadura de Franco, lo que esa dictadura significó y cuáles fueron sus efectos.
La dictadura de Franco cortó el espíritu emprendedor que había surgido en la Segunda República y estaba dispuesto a curar ¨los males de España¨ abriendo nuevos caminos y dejando atrás la pasividad y la resignación.  Entre esos males destacaban el poder absoluto de una Iglesia corrupta y sin escrúpulos, que más que organización religiosa era una mafia omnipotente, y un sistema de enseñanza pésimo que, en gran parte por estar al servicio de esa falsa Iglesia, en vez de formar el intelecto, lo incapacitaba.
La dictadura infantiliza, impone amoldamiento y conformidad e inserta el vicio de la indiferencia y del no pensar ni sentir.  Cambiar solo el régimen político no cura esos efectos: hay que verlos, analizarlos y tener en cuenta que, con el tiempo, la gente se acostumbra a que le dicten y le den todo hecho, y hasta lo prefiere.
Hay tres cuestiones básicas que no dejan despejar el camino y que, una y otra vez, llevan a la repetición y al atraso:  el centralismo, la Iglesia y la enseñanza.
El sistema de autonomías fue inventado para tapar el problema que crearon los Reyes Católicos cuando centralizaron el poder por la fuerza, con ayuda de la Inquisición. A partir de ahí hubo incomodidad y recelo, división entre buenos y malos, discordia e injusticia. Las autonomias disfrazaron el centralismo y acrecentaron la burocracia que ya sobraba, el despilfarro y la componenda.  A España la llamaban también las Españas antes de la unificación forzada, por lo que la palabra España no tendría que significar el monolito sagrado que se impuso después.  Hay muchas maneras de organizar el territorio y muchos países que son federación, confederación o tienen alguna otra alianza como la del Reino Unido. Negarse a admitir esa posibilidad y presentar el querer libertad e independencia como si fuese pecado imperdonable y traición, exacerba los ánimos, crispa los nervios y no deja razonar.
La Iglesia católica, desde que se alió con la Corona en tiempos de los Reyes Católicos y se dedicó, muy en contra del cristianismo que decía defender, a perseguir, robar, torturar y matar, hizo de España, o las Españas, uno de sus centros de pillaje y rapiña.  El único momento en que temió que no la dejasen seguir prostituyéndose y abusando fue en la Segunda República, y por eso empujó a que se acabase con ella y se implantase la dictadura que le permitió reanudar el atropello, como se lo permitió la falsa democracia que vino después.
Ninguna religión tiene derecho a imponerse y a buscar el poder en ningún país. Si una religión lo hace, es señal de que los que la manejan no creen en lo que predican y la usan para sembrar el mal en nombre del bien. Los fieles de una religión son los únicos que tendrían que pagar todo lo que se refiera a ella.  Los católicos, y nadie más, tendrían que hacerse cargo del gasto de mantener a su iglesia. Toda concesión de privilegio debiera considerarse inmoralidad y robo. La Iglesia no debería recibir fondos del gobierno, es decir, de todos los ciudadanos y tendría que pagar impuestos y someterse al mismo régimen que los demás. Otra cosa debiera considerarse ilegalidad y desafuero.
La enseñanza es otra dimensión que, si no se corrige, seguirá hundiendo a España en el atraso como lo hizo hasta ahora. Tendría que dejar de ser una tortura encaminada a eliminar y dejar a la mayoría sin futuro, sin saber pensar, sin cultura y sin acceso al trabajo, y centrarse en formar el intelecto y orientar, en lugar de desorientar y matar el interés y la curiosidad intelectual.  No debiera permitirse que los profesores actúen como dioses olímpicos sin interés por los alumnos y, menos aún, que demuestren sadismo y gusto por perjudicar, aplastar y cortar caminos e ilusión.  La enseñanza tiene que ser siempre para abrir mentes y equipar, sabiendo que todo cambia y que lo que hay que conseguir es un intelecto despierto, capaz de entender, apreciar y calibrar.  No es para hacer elites que vivan en el privilegio y la superioridad gracias a los títulos que consiguieron, porque esas elites, con su intelecto sumiso y abombado, gobernarán mal y no entenderán nada ni les importará nada que no sea mando, riqueza, primacía e impunidad.
Septiembre de 2018

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