El cambio que España necesita
Teresa Barro
El relato
habitual de lo que ocurrió en España desde la Guerra Civil hasta ahora es que
hubo un régimen fascista y después vino la democracia. Pero, ¿fue fascista el régimen de Franco?
¿Vino de verdad la democracia? ¿O todo sigue en el fondo como antes y nada o
muy poco cambió? ¿De dónde surgió la corrupción que ahora arrasa al país, si
antes no la había?
Según ese relato,
los que tuvieron la culpa de todo fueron la Falange y el Ejército. Sin embargo, ni la Falange ni el Ejército
parecen haber sido corruptos. Franco, en
cambio, aparece como una figura casi respetable que, aun siendo dictador, no se
manchó las manos. De que fue un asesino
sin escrúpulos, impulsado quizá por la vanidad y el deseo de que lo
aplaudiesen, y de que mató, humilló, aterrorizó y abusó de la población no
puede haber duda y, sin embargo, suele achacarse a ¨los fascistas¨, y no a él, el
exterminio del espíritu de amor al estudio y al trabajo que había surgido en la
República, y nunca se le pidieron cuentas, ni a él ni a su familia. Como tampoco se le pidieron a la Iglesia,
cómplice de todo ello y, quizá, la verdadera impulsora de la sustitución de la
república por la dictadura. En Alemania
no fue posible seguir siendo nazi cuando acabó el régimen de Hitler: los que lo
habían sido fueron a la cárcel o escaparon del país. En España no se hizo nada para acabar con el
franquismo: se esperó a que Franco muriese y se instauró el régimen de
apariencia democrática que Franco había dejado ensamblado y, como él mismo
anunció, con todo ¨atado y bien atado¨. Lo notable de esa historia es que nadie
protestó, porque era lo que la mayor parte de la población quería: dejarse ir y
que la llevaran por donde quisieran los que mandaban. Las luchas entre políticos fueron solo para
ver quién se hacía con el poder y llegaba a las alturas, no porque quisieran
cambiar nada.
Faltó por
completo lo que era esencial que hubiese después de una dictadura sangrienta
que se impuso aniquilando a gran parte de la población en nombre del Bien, la
Patria y Dios: análisis veraz de la historia y de las consecuencias de esa
historia, para no seguir actuando con los automatismos que toda dictadura
inserta, entre los cuales destacan siempre la pasividad y la corrupción.
Las generaciones
que se criaron en la dictadura política y religiosa creyeron que el modo en que
vivían era natural y deseable, y se acostumbraron a que se les diese todo hecho
y pensado, porque nunca vieron otra cosa. No hubo toma de conciencia de que el régimen
de Franco, con su gran aliada la Iglesia, habían imbuido cobardía,
insensibilidad y letargo. El régimen no
siguió matando, pasado algún tiempo, porque ya había conseguido una población
mansa y domada que aceptaba como verdad todo lo que le decían y prefería que le
dictaran a tener que pensar. Los que
habian vivido en la España de antes de Franco sabían que la realidad podía ser
otra, pero los de después fueron los verdaderos ¨hijos de Franco¨, y solo se
hubieran podido liberar del modo en que el régimen los crió con esfuerzo y
deseo de hacerlo, si hubiesen analizado ese régimen y se hubiesen analizado a
sí mismos. Ese paso fundamental para dar
el necesario cambio y no seguir en la cárcel mental y espiritual fue el que los
¨herederos¨ no dejaron que se diese, ayudados por quienes en el exterior estaban
muy interesados en que España siguiese siendo un país fácil de manejar y de
engañar, en el que solo las elites contaban y en el que todo se podía comprar
con dinero y cargos importantes. Era
fundamental para todos ellos que la continuidad solapada del régimen franquista
se viese como cambio profundo, radical y milagroso.
Cuando murió
Franco todo estaba arreglado para hacer una transición que pareciese admirable.
Los medios se encargaron de sembrar el
miedo a que se repitiese la Guerra Civil tras la muerte del dictador. Con eso se allanó el terreno para que, por
miedo a que ¨los españoles se matasen los unos a los otros¨, se aceptase el
montaje dispuesto para cuando el dictador ya no estuviese. Pusieron al frente del nuevo gobierno, para disimular,
a un ¨fascista¨ que parece haber sido honrado y no se enteró de la mucha pillería
que había en el juego, ni de que eran precisamente los que se presentaron como
izquierda los que harían todo lo posible para que, bajo una apariencia liberal
y de tendencia laica, siguiese el imperio de la Iglesia y la oligarquía de
siempre, y se pudiese robar y saquear el país sin que hubiese protestas.
Para que España
cambiase de verdad y dejase de ser un país de crédulos y superficiales, habría
que deshacerse del sistema brutal de latrocinio que se impuso hace muchos
siglos. Los pilares de ese sistema de
mal gobierno y abuso que Franco reanudó, tras el intento de cambiarlo que se
hizo en la Segunda República, son la mala enseñanza, el poder de la Iglesia y
la falta de trabajo. Y los tres están íntimamente conectados entre sí como una
red que ahoga al país y no lo deja respirar.
Los estudios en
España están dirigidos a que algunos puedan conseguir un puesto bien pagado
para toda la vida, con mucho mando y en el que haya que trabajar lo menos
posible. Eso hace que se pierda el
sentido de la realidad interior y exterior, se imponga la indiferencia y la
despreocupación y se desprecie el bien común, la independencia y la
creatividad. Por mucho que se estudie -y se entiende por estudio acumular datos sin
salirse de lo ya hecho y sabido- , el destino está marcado por unas autoridades
civiles y eclesiásticas que hacen que el estudio no sea para formar el
intelecto, alimentar el espíritu y adquirir cultura, sino para ¨entrar por el
aro¨, obedecer lo mandado y contentarse con una vida rutinaria y de poco
aliento. La enseñanza tendría que ser
para educar el intelecto de cada persona y capacitarla para entender el mundo y
la vida. No debiera permitirse que enseñen los que ni saben ni quieren hacerlo,
por muchos que sean sus ¨conocimientos¨, porque incapacitan y desaniman.
Esa enseñanza
mediocre y de falsa dificultad, que exige mucho a los alumnos y poco a los
profesores, estuvo siempre dominada por la Iglesia, que la utilizó para obtener
poder e influencia en un régimen de competencia desleal y privilegios sin fin. Si no se corrige el que la Iglesia siga
mandando y robando como lo viene haciendo desde que se alió con los Reyes
Católicos y montó la vergonzosa y anticristiana Inquisición, España seguirá
siendo un país atrasado, de apariencias y no de realidades. La Iglesia tendría que pagar impuestos como
todo el mundo, dejar de robar y devolver lo robado.
La falta de
trabajo está vinculada a los estudios mediocres y al poder de la Iglesia, y no
debiera consentirse, porque sin trabajo no vale la pena vivir. Ningún país merece el nombre de patria si no
se ocupa de que haya trabajo para sus hijos. El que la única posibilidad de llevar una vida
decente sea ser funcionario del Estado quiere decir que no puede haber
independencia personal ni colectiva, ni amor al trabajo. Eso trae falta de dinamismo y de creatividad,
crea dictadura disimulada, frustración y amargura, y da un poder a las
autoridades que imposibilita la democracia.
Enero de 2018
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