Cataluña y la unidad
Teresa Barro
En lo que está
ocurriendo ahora entre Cataluña y el gobierno español puede verse muy claro
cómo funciona el sistema autoritario que desde tiempos inmemoriales se implantó
en el mundo y cómo se sacralizó la unidad para exigir sacrificios, oprimir e
incapacitar.
La unidad, en ese
sistema, fue declarada santa y, en su nombre, se instauró un tipo de familia
centralizada en la que el patriarca varón tenía supremacía y la obligación de
cercenar todo lo que pudiese amenazar el dominio desde el centro. Las mujeres nacían con el deber de colaborar
en esa tarea, los hijos con la obligación de someterse, y a lo que nadie podía
aspirar era a la independencia, que se entendía como traición a lo más sagrado,
a la ligazón de la familia y la sociedad. Se decretó que las mujeres tenían que callar y
obedecer al ser superior y dotado de inteligencia y capacidad de mando que era
el varón, y las leyes se ajustaron a esa creencia. Las mujeres fueron declaradas menores de edad
eternas que tenían que ser tuteladas por los varones. Con la ayuda de los que manejaron las
religiones, se hizo creer que el origen del sistema era divino. En la mayor parte de los casos no había ningún
fundamento religioso en qué basar esa creencia, y la Iglesia católica, que
tanto apoyó a grandes unificadores como los Reyes Católicos y Francisco Franco,
se vería en apuros para demostrar que la unidad era lo que Dios quería.
Ese sistema jerárquico
y arbitrario perdió fuerza y fue cuestionado en el ámbito de la familia en estos
últimos años, pero sigue tan pétreo como antes, y sin cuestionar, en el de la
política. En la familia el autoritarismo
creó enorme injusticia e infelicidad y sembró malquerencia, resentimiento y
división, y en la política empujó al robo, el exterminio y la guerra. Esa unidad que se llamó santa dio derecho a
atropellar e hizo imposible la verdadera unión, que no puede existir sin
libertad y justicia.
En el territorio
español empezó a santificarse la unidad en tiempos de los Reyes Católicos, cuando
se fraguó la alianza entre la Iglesia y la Corona que sigue ahora. Con lo de Cataluña volvió a surgir el
conflicto entre la unidad y la independencia, y ese conflicto no podrá resolverse
mientras se crea que la unidad es santa y la independencia pecado, y mientras
se siga viendo la independencia como traición a la Familia. La unidad está respaldada por leyes que, como
las que secundaron la minoría de edad de las mujeres, se hicieron para
facilitar el mando y la sujeción. El
Estado de las Autonomías fue inventado para dar apariencia de democracia a un
sistema que seguía siendo el que habían instaurado los Reyes Católicos, y se
inventó precisamente para impedir que surgiesen las temidas nacionalidades y
rompiesen la unidad que tanto convenía a los que dominaban. La Iglesia propugnó la idea de que la unidad
era muy cristiana y santa, cuando no tenía el menor fundamento religioso. La
unidad convertida en ídolo dio derecho a tratar mal a todo el que no se
sometiese. A los catalanes se les trató
mal siempre en la España unificada, como se trató mal a las colonias del
imperio español. La Madre-Patria,
convencida de que defender la unidad le daba derecho a exigir todo sin dar nada,
se negó a escuchar a los países de las Américas y actuó con despotismo, indiferencia
y frialdad. Los países, cansados de que
se les hiciese caso, tuvieron que marcharse enemistados, cuando, si se les
hubiese tratado con más justicia y afecto, habrían permanecido vinculados
aunque se hubiesen independizado. La
idolatría de la unidad hizo que la unión fuese imposible. Y en el caso de
Cataluña podría repetirse la historia.
El Estado de las
Autonomías, como se está viendo, es un sistema de tutela desde el centro. Ninguna ley humana puede ser sagrada y la
historia muestra que hay que cambiar las leyes para reconocer derechos que no
debieran haber sido violados. Fue legal,
y sigue siéndolo en muchos países, despojar a las mujeres de su libertad y sus
bienes, como lo fue comprar y vender esclavos y como lo es aún privar de
derechos a los hijos.
La idolatría de
la unidad crea sociedades rígidas y lleva al atraso. La sacralización de una unidad que de santa
nunca tuvo nada, porque estuvo siempre pensada para asentar jerarquía y disfrazar
injusticias, ni fue buena para la familia ni lo fue para ningún país, porque aplasta
el espíritu y hace que la sociedad se estanque o retroceda.
Noviembre de 2017
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