La Iglesia y España

Teresa Barro

Podría decirse que la España de ahora es la que se construyó hace ya varios siglos en nombre del catolicismo.  La alianza de la Iglesia y la Corona que ocurrió en tiempos de los Reyes Católicos cambió el rumbo y la personalidad de lo que antes era un conjunto de países que actuaba con normalidad y lo convirtió en un lugar en el que la unión de la política y la religión impuso el mal gobierno permanente.
Hubo quienes lo vieron y hubo intentos de quitar poder a la Iglesia que siempre fracasaron.  Eso explica que en la España de ahora mismo la Iglesia católica siga teniendo todo el poder, porque nadie quiere quitárselo o nadie se atreve a hacerlo.  La derecha política se apunta al catolicismo, aunque no lo practique ni crea en él, y la izquierda predica la irreligiosidad y el laicismo, pero evita por todos los medios enfrentarse con la Iglesia y evade la cuestión más aún que la derecha.
Lo que cabe cuestionar es si esa Iglesia que actuó en nombre del catolicismo puede considerarse cristiana o no.  Si no lo es, habría que pensar que lo que hizo fue simulación e impostura, y que se aprovechó del nombre para obtener dominio.  Lo lógico es que, si una persona o una institución se titula cristiana, muestre en su comportamiento que cree en lo que enseñó Cristo.  Y todo parece apuntar a que fue precisamente lo fundamental de esa enseñanza lo que la Iglesia ocultó y desvirtuó, para que no se notase hasta qué punto estaba haciendo lo contrario.  La sombría teoría de que ¨Cristo vino al mundo para morir por nosotros¨ sirvió para anular lo que podía haber de enseñanza y ejemplo en una vida que en nada se pareció a la que después escogió su Iglesia.
Cristo habría podido enseñar únicamente en los templos y situarse en las alturas de la respetabilidad intelectual y social, puesto que, por lo que se sabe, su conocimiento y sabiduría lo llevaron a destacar desde muy joven en la sociedad en que vivía.  Habría podido darse importancia, mantener la distancia y colocarse en primera fila entre los que pasaban por sabios.  Parece haber insistido, en cambio, en que atenerse a la letra y no al espíritu era hipocresía. En vez de ganarse la vida con su trabajo, habría podido vivir de la religión y hacer que los demás lo mantuviesen.   En lo que fueron los últimos años de su corta vida no tenía por qué haber salido a enseñar caminando por lugares desconocidos, aguantando incomodidades y pagando los gastos con su propio dinero, porque no hay señal alguna de que ni él ni los hombres y mujeres que lo acompañaban mendigasen o esperasen que los sostuviesen.  Si hubiese querido vivir como lo que sería el equivalente en sus tiempos de un Príncipe de la Iglesia de ahora, habría podido hacerlo y, si hubiese creído que las leyes del espíritu debían imponerse con omnipotencia y despotismo, habría actuado en consecuencia.  En aquellos tiempos, como en los de ahora, lo habrían aplaudido por hacerlo.  Pero todo parece indicar que su propósito fundamental fue enseñar, en su propia vida y en lo que dijo, cómo funciona el espíritu, y que no puede funcionar si lo que se busca es mando y riqueza, estar entre los poderosos y asentarse en una superioridad moral que da derecho a dictar, someter y abusar.  Habría podido incitar a sus seguidores a que impusiesen la verdad por la fuerza y valiéndose de todos los medios, como hizo después la Iglesia, pero lo único que parece haber hecho fue enseñar y explicar a quienes quisieron escucharlo.
Si la Iglesia que se llamó católica hubiese creído en el cristianismo, habría podido cometer errores, pero no abusar y atropellar.  No es posible creer en el cristianismo y, en su nombre, robar, humillar, torturar y matar con el ensañamiento con que lo hizo la Inquisición durante los más de trescientos años en que sembró el terror y amputó el espíritu del país para dejarlo incapacitado.  Desde el primer momento, la Iglesia y la Corona se disfrazaron de devotas de la religión para practicar el latrocinio, y se valieron de la Inquisición para apropiarse de bienes que no les correspondían.  Esa Iglesia, una vez conseguido el mando ilimitado del país, siguió robando, mintiendo, haciendo que se impusiera siempre el mal gobierno que tanto le convenía, y acumulando riqueza y poder.  Todo parece indicar que fue la Iglesia la que impidió que siguiese la Segunda República, porque por primera vez tuvo miedo de que se le fuese el poder de las manos, y no puede haber duda de que apoyó el régimen de Franco y el posterior para seguir robando y mandando.
No se puede ser cristiano y apoderarse con avidez de bienes ajenos, y no se puede andar buscando herencias y atrapar, como si fuese lo más natural del mundo, las de las familias de los ¨religiosos¨ y todas las que despiertan apetencia y espíritu de rapiña. Y no se pueden hacer negocios en régimen de privilegio, sin pagar impuestos y en competencia desleal con los que trabajan. El amor a la justicia y a la verdad, la generosidad y la sencillez son características del espíritu y del cristianismo. Si una iglesia hace lo contrario, no por error, sino como sistema y porque eso es lo que quiere, no puede llamarse ni católica ni cristiana.
Evadir la cuestión del poder de la Iglesia en España hace cómplices de esa Iglesia a todos los políticos. Aunque prometan buen gobierno, no podrá haberlo mientras se permita que una institución escape a la ley en virtud de su supuesta conexión con lo divino. En esa Iglesia hay creyentes de verdad, pero esos fueron siempre silenciados y sepultados en la oscuridad mientras se reservaba el brillo para los que predicaban la religión porque ese era su oficio, pero no creían en nada. Corresponde a los políticos despojar a la Iglesia de privilegios que nunca hubiera debido obtener y obligarla a que se someta a las mismas leyes que los demás y devuelva lo robado.

Octubre de 2017

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