¿Hay quien tiene derecho innato a mandar?

Teresa Barro
La creencia en que hay quienes tienen derecho innato a mandar fue impuesta por el patriarcado y llevó a un mundo en el que impera la injusticia y la crueldad.  Desde tiempos inmemoriales el mundo se rige basándose en la doctrina de que hay una jerarquía natural que hace que unos nazcan para mandar y serlo todo, y otros para obedecer y no ser nada.  El patriarcado impuso esa jerarquía valiéndose de un tipo de familia que inserta ya desde el comienzo de la vida la idea de que se nace superior si se es varón e inferior si se es mujer, y la de que los hijos son hacienda de los padres.  El derecho y hasta el deber de ejercer tiranía se establece en esa célula básica de la sociedad y luego se copia en las demás estructuras.  Por eso la familia ideal y el modo de gobierno son iguales en todo el mundo: autoritarios, tiránicos, rebajadores, incompetentes y cercenadores del potencial humano.
¿Se habría podido imponer un sistema tan dañino sin la ayuda de los dioses, sin partir de que eso era lo que los dioses querían, sin explotar el origen ¨divino¨ de esa manera despótica y cruel de organizar el mundo?
La idea de que hay un derecho a mandar e imponer que debe respetarse sigue viva en estos tiempos hasta en las sociedades más adelantadas y, más que en ningún otro sitio, en la política internacional y en el modo en que las grandes potencias actúan como los patriarcas de la  familia mundial.  En el fondo, se cree que no puede haber otra manera de hacer las cosas y que todo lo que ocurre es porque Dios lo quiere o porque no lo impide.  La religión está por detrás de todo ello, o lo que dijeron los que la usaron para santificar el patriarcado.  Por lo que, para despatriarcar el mundo, habría que ver cuánto influyó la doctrina patriarcal en las doctrinas religiosas y hasta qué punto las falsificó.
En todos los países que adoptaron el cristianismo la imagen del Dios-Creador que está grabada en la mente de creyentes y no creyentes porque es la que pasó a formar parte fundamental de las artes y la cultura, es la de un varón arbitrario y malhumorado, dictador y exigente, que tiene poder absoluto sobre unos hijos a los que maltrata y expulsa de la casa paterna por haberle desobedecido. Es la imagen del patriarca perfecto, el modelo al que hay que imitar. Los hijos de ese Patriarca, los seres humanos, son servidores ínfimos, parte del capital de la familia, que no deberán aspirar a la libertad y tendrán que aprender a ser buenos esclavos, agradecidos a los padres primero y a los amos después.
El texto en el que se basaron las Iglesias para difundir esa creencia fue el Mito de la Creación que está en el primer libro de la Biblia, el Génesis.  Ya aparte de lo absurdo que es extraer doctrina religiosa de un mito, que deberá interpretarse como si fuese poesía o música y no como un catecismo de teoría y práctica de la religión, ese relato ni siquiera se leyó al pie de la letra, sino que se tergiversó.  No hay ningún indicio de que el Dios que en él aparece sea una figura masculina: cuando crea al ¨hombre¨, al ser humano, a su imagen y semejanza, las palabras que se le atribuyen no son ¨a mi imagen y semejanza¨, sino ¨a nuestra imagen y semejanza¨, lo que indica una naturaleza dual o plural.  Esa dualidad queda corroborada cuando se añade que ¨Creó, pues, Dios al hombre a su imagen y semejanza, macho y hembra los creó¨.  No puede ser, por tanto, un patriarca varón.  Y tampoco hay nada en el relato que apoye la idea de que los superiores, los dioses, no deben trabajar y tienen derecho a que los demás trabajen para ellos.  El Dios de la Biblia, tan femenino como masculino, parece trabajar y amar el trabajo: cuando crea el mundo y el ser humano lo hace con arte y esmero, pensando y probando, dedicando tiempo y esfuerzo y aceptando que lo que hizo pudo haber salido mal o no tan bien como hubiese querido.  Tal como se describe en el relato, ese dios acepta el error y la falta de perfección como parte del proceso creativo.  Habría podido actuar como el patriarca ejemplar que se rodea de siervos y esclavos a los que da órdenes y castiga si no las cumplen, pero en vez de eso hace todo el trabajo solo.
La interpretación que se hizo del relato bíblico sustituyó al dios del Mito, una figura amable, femenina-masculina, trabajadora y creativa, por un varón hosco, mandón y caprichoso, y convirtió a un Dios creador en un dictador truculento e iracundo que se usó de modelo para imponer supremacía y sujeción y apuntalar el patriarcado otorgándole origen divino.

Junio de 2017




                                                         

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