Utopías, paraísos y dictaduras

Teresa Barro

Las ideologías políticas que en el siglo pasado se impusieron con fanatismo religioso fueron en realidad utopías que no dejaron que se hiciese política democrática.  Las dos grandes ideologías, el comunismo y el neoliberalismo, sirvieron para implantar dictaduras manejadas por elites que se valieron de la doctrina para doblegar y aniquilar toda posible oposición. Las dos tuvieron tanta fuerza porque ofrecieron la utopía de un mundo feliz y sin problemas.

La utopía, a diferencia del ideal difícil pero realizable, ofrece un paraíso en el que solo reinarán los buenos, los inteligentes, los que tienen la razón de su parte y no pueden equivocarse.  Hay detrás de toda utopía un Edén, un Paraíso en el que solo habitan los perfectos y en el que no hay nada que hacer porque ya está todo hecho para siempre.  La lucha entre el bien y el mal, los malos y los buenos, está siempre presente en la utopía en forma de aniquilación de los malos, de todo lo que difiera de lo mandado.  Hay en toda utopía una fuerte misantropía, un gran desprecio por el ser humano y una falta de fe en que pueda hacer algo que valga la pena. Todos deberíamos ser buenos, hablar el mismo idioma y pensar lo mismo, pero la mayoría de los humanos son malos y hay que someterlos y sujetarlos para que no estropeen el mundo.  La aversión a la diferencia y a la divergencia y la creencia en una uniformidad perfecta aplastaron  la creatividad y el espíritu humano, porque el espíritu quiere y precisa crear y para crear hay que admitir el error, la dificultad y la falta de perfección.  La utopía convierte a todos los que no son los elegidos y superiores en ¨carne¨, cuerpos sin alma ni espíritu a los que hay que someter y dictar por su propio bien, porque solos no sabrían hacer nada.

En toda utopía hay un paraíso en el que la dificultad no existe y está gobernado por los superiores natos.  Las elites gobernarán tan bien que los gobernados serán felices obedeciendo a la razón, a lo inevitable, a lo que no admite duda porque es el único camino. Esa fue la utopía comunista y fue también la utopía neoliberal.  Las dos impusieron un orden dictatorial en el que no podía haber divergencia ni debate y las dos mutilaron la individualidad y la creatividad.  La utopía simplifica al máximo y no admite la complejidad de los humanos y el hecho de que sean una mezcla de cualidades y defectos cuando nacen y precisen aprendizaje y práctica para perfeccionarse y liberar el espíritu.

Todas las utopías son reproducción de la más antigua de todas y la que rige desde tiempos inmemoriales: la utopía patriarcal, que mutila el potencial humano y crea un sistema de mando absoluto encabezado por figuras divinas que transmiten el mando a los patriarcas humanos.  El patriarcado empezó por decretar que la mitad de la humanidad, las mujeres, eran inferiores, cuerpos sin alma y sin espíritu que nacían para servir a los varones y eran deficientes y malas por naturaleza: había que impedir que adquiriesen fuerza y mantenerlas prisioneras, sin derechos ni instrucción.  El patriarcado decretó también que los hijos, varones y mujeres, nacían para los padres y eran propiedad del patriarca de la familia.  No solo asentó misoginia, sino también misantropía y desprecio por el ser humano.  Muy ayudado por todos los que manejaron las religiones, estableció una utopía universal cuya célula básica fue un sistema familiar en el que los patriarcas varones eran la elite y los únicos que podían tener voz y derechos, y las mujeres y los hijos eran los esclavos que debían someterse y ser felices obedeciendo el orden establecido por las autoridades.  Ese sistema autoritario y dictatorial se repitió después en todas las estructuras de la sociedad y pareció la manera natural y buena de organizarse porque se inculcó en la familia.


Septiembre de 2016  

Comentarios