Los automatismos de España

Teresa Barro

Las naciones son como las personas en que tienen que tomar conciencia de los automatismos aprendidos y heredados, fruto de su historia y circunstancias, y analizarlos para que no interfieran en el proceso de conseguir autenticidad, temple e independencia.  Si no se hace, la persona o la nación repetirán sin cesar pautas que creen muy suyas y rara vez lo son, y temerán al cambio, porque sin esas pautas repetitivas no sabrán qué hacer consigo mismas.

Muchos historiadores dudaron de que España llegase alguna vez a verse a sí misma como nación y se inclinaron a pensar que sus habitantes solo se identificaban con lo local, con el lugar donde habían nacido y se habían criado.  La dimensión nacional e internacional no parece haberse cultivado y eso contribuye a muchos de los males del país y al desconcierto, la pasividad y la inseguridad de fondo que lo caracterizan.  España no se conoce a sí misma porque no conoce su propia historia, que le contaron mal y al revés, ensalzando la gran mancha que fue la Inquisición y despreciando lo que de verdad valía.  Eso creó el automatismo de creerse superior e inferior a todos a la vez, de actuar con arrogancia y altanería y de dejarse llevar por cualquiera.  Y llevó a no apreciar nada por lo que es en sí y a envidiar lo que tienen los demás.

Algunos de los automatismos psicológicos que llevan a España a actuar repitiendo siempre las mismas pautas y sin adelantar provienen de la influencia árabe, que inculcó tendencia al fanatismo e incapacidad de entenderse unos con otros y con los demás por querer imponer una idea o creencia y un modo de vivir.  Otros provienen de la Inquisición, que inculcó el miedo a pensar y a leer, a descollar por mérito propio y a quedar expulsado por atreverse a decir y pensar algo distinto de lo mandado.  Son también automatismos provenientes de la Inquisición el acobardamiento y el egoísmo típicos de la picaresca,  la falta de fe en que pueda haber solución inteligente y honrada para nada y la consiguiente resignación a vivir siempre en medio del abuso y la corrupción.

La tendencia a hacer de la creencia política una religión que hay que imponer es a la vez árabe e inquisitorial.  Hasta hace muy poco tiempo la identidad española iba unida al catolicismo y, aunque ya no sea así, nadie sabe muy bien lo que ser español tendría que significar, porque el español nunca se fue haciendo a sí mismo como se hicieron los habitantes de otros países.  Lo que el español ¨era¨ vino dictado durante muchos siglos por lo que estaba fuera de él, por la tribu o la religión.  Las protestas de amor a la patria y el españolismo casi siempre desaforado ocultan una gran incomodidad con el propio ser, que se desconoce, y una gran falta de creencia en la posibilidad de que se pueda mejorar el país y hacerlo adelantar.

Pero hay otro elemento, nacido también con la Inquisición, que contribuye a que no se curen los automatismos psicológicos de España  (y del que no están libres las otras posibles naciones que constituirían España): el que la patria España sea tan mala madre que los ¨hijos¨ se sienten desprotegidos y saben que la única manera de obtener alguna protección es formando parte de una  oligarquía.  Si para eso hay que robar y abusar del poder, se acepta porque no hay alternativa.  El patriarcado y las religiones se prestaron ayuda mutua para asentar tiranía y difundieron la idea de que la providencia es divina y corresponde a los dioses, pero la providencia de cada persona son sus padres y la providencia de cada país es la madre colectiva, la patria.  Si la patria no acepta sus deberes y no se responsabiliza del bienestar de sus hijos, esos hijos estarán desprotegidos y mal equipados para hacer frente a la vida.  España, desde los tiempos en que se impuso la Inquisición, actuó como una madre patria indiferente y displicente,  se acostumbró a no apreciar nada de lo que sus hijos hacían y hasta despreció su tan envidiado imperio de las Américas.  La Inquisición le envenenó el alma, le amputó el espíritu y la trastornó.

Desde los tiempos de los Reyes Católicos hasta ahora España vivió secuestrada por unas oligarquías que vieron el país como su propiedad  y nunca quisieron ni permitieron que funcionase bien por la amenaza que eso podría suponer a sus privilegios.  Se siguió la política de impedir el acceso al poder a los que quisieran hacer algo de verdad, se cerraron las puertas de la madre patria a los que marcharon a tierras americanas y se trató con frialdad y desdén a los habitantes del imperio.  Con la mentalidad típica de la madre patriarcal,  la patria se negó primero a creer que aquellos países que ¨le debían la vida¨ pudiesen tener la osadía de querer independizarse de ella y después reaccionó con enfado y no hizo nada por mantener una relación de amistad con ellos, como hicieron otros países con sus antiguas colonias.  El mundo de fuera solo servía para tener a donde enviar a los hijos para los que no había trabajo dentro. En vez de esforzarse por crear trabajo, los echó con indiferencia de la casa para que fuesen a buscar la vida a otros lugares. Y en estos momentos esa pauta automática sigue actuando con fuerza.  La patria ve con indiferencia que no haya trabajo para los jóvenes  y aprovecha que puedan andar por la Unión Europea para que no se note demasiado lo bien que le viene que todo ese ¨sobrante¨ no estorbe a las oligarquías.  Siguiendo también las pautas inquisitoriales y a pesar de la democracia con que se disfrazó, la madre patria secuestrada humilla a los que viven fuera y los convierte casi en apátridas al robarles el derecho a votar.

Cambiar la idea de lo que es y debe ser la patria y dejar de pensar que siempre merece ser amada e idolatrada porque todas las madres son buenas y santas ayudaría a poner en marcha la dinámica que hace falta para salir de la imitación y la repetición y entrar en caminos creadores.


Junio de 2016

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