Nación, nacionalismos y soberanía
Teresa Barro
La idea de que
¨el mundo es de todos¨ y de que todos los seres humanos debieran tener los
mismos derechos es contraria a las ideas que imbuyó el patriarcado.  El patriarcado impone desigualdad y jerarquía
desde la cuna.  La familia patriarcal
insertó en la sociedad la idea de la inferioridad femenina y la superioridad
masculina al decretar que el nacimiento de un varón merecía festejo y
agradecimiento a los dioses y el de una mujer tenía que ser lamentado.   Insertó también jerarquía nata y el principio
de la piedad filial, de obediencia absoluta al mando de las autoridades,
familiares primero, y políticas, sociales o económicas después.
En estos últimos
tiempos la familia se ¨despatriarquizó¨  y
democratizó, en cuanto que se cuestionó el mando absoluto del patriarca y se
fue admitiendo, aunque con trabajo, que las mujeres y los hijos tenían algunos
derechos.  En las ideas de lo que es una
nación, en cambio, la doctrina patriarcal sigue imperando y ni se cuestiona.  Eso lleva a que los ¨nacionalismos¨, tanto los
grandes como los pequeños, se apoyen en sentimientos y emociones poco claros y
en ideas sobre la unidad y la separación casi siempre contradictorias y confusas.  Resaltan esas contradicciones en la relación
entre la Unión Europea y los países que la forman.  Cada uno de esos países quiere en algunos
casos defender su soberanía, o  decir que
la defiende, pero a esa soberanía es a lo que renunciaron cuando pasaron a
formar parte de la Unión.  Se supone que
las naciones europeas renuncian a su individualidad, a ser naciones, para
formar la supranación y el supraestado europeo.  Están ahí todos los patrones del patriarcado.  El patriarcado anula la individualidad en
nombre de la ¨unidad¨.  La familia
patriarcal debe actuar ¨unida¨, para lo cual es esencial que todos los
integrantes renuncien a sus derechos para dárselos al patriarca y pierden su
voz para que solo él la tenga y pueda dictar sin que nada se le oponga.
En España a pocas
cosas se temió más, desde la unificación que iniciaron los Reyes Católicos con
ayuda del catolicismo político, que a los ¨nacionalismos¨,  a que se rompiese la unidad de la nación.  Cabría preguntar por qué una nación que no
tiene ningún inconveniente en entregar su soberanía a la Unión Europea y en
renunciar, por tanto, a ser nación, no puede admitir la idea de que esa nación que
ya apenas existe se divida o busque otras maneras de organizarse menos centralizadas,
absorbentes y dominantes.  En el
patriarcado la unidad es santa y la separación un pecado contra los designios
divinos.  Pero si se examinan las ideas
de unidad y separación sin dejarse llevar por interpretaciones patriarcales se
verá que, para que haya auténtica unión, tiene que haber separación y que sin
el derecho a la individualidad y a crear la propia personalidad no puede haber
más que una unidad forzada que es en realidad dictado y coacción.  El espíritu creador no puede surgir sin el
respeto y el gusto por la diferencia.  Si
se quiere anular lo diferente, se anula el poder de creación.
Un nacionalismo
¨despatriarcado¨  tendría que aspirar a
que la nación funcionase de acuerdo con los dos principios espirituales de libertad
y justicia, en vez de funcionar como una gran familia patriarcal en la que los
hijos no son más que piezas sin valor de un engranaje autoritario.  En el patriarcado los ¨hijos¨  del reino, el imperio o la nación nacen para
servir a las autoridades, a los ¨patriarcas¨. 
 Su destino está decretado de
antemano y, si no consiguen ser elite, serán esclavos o sirvientes de los
elegidos.  El patriarcado fomenta el
mando absoluto y la ineptitud y negligencia de los que mandan.  Si la nación se guiase por el espíritu creador
y no por el patriarcado, tendría que ser para los hijos y hacer todo lo posible
para que cada uno de ellos pudiese desarrollar al máximo su individualidad y su
fuerza material y espiritual. Y un patriotismo que no siguiese las normas de la
piedad filial impuesta por el patriarcado no podría consistir en servir a la
Madre-Patria sin exigirle nada y hundirla así en el capricho y el vicio, sino
en hacer que se responsabilizase y pensase y actuase lo mejor posible.
Noviembre de 2015
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