Las riadas de emigrados a la Unión Europea

Teresa Barro

Se desbordó el río cargado de desesperación humana y nadie sabe qué hacer con las riadas de emigrados que no buscan una vida mejor en el continente europeo, sino una vida, porque lo que tienen no lo es.  No será fácil parar lo que está sucediendo y lo más probable es que vaya a más y que surjan otras riadas de desesperados dónde y cuándo menos se espere.  Lo único que se puede y se debe hacer es analizar cuáles son las raíces del problema y de quién es la culpa.  Y la culpa es de una política internacional que funciona con un atraso mental y espiritual que ya no se consentiría en otros niveles.  A nivel local y nacional la cultura y la civilización han llevado a buscar formas de convivencia que no hacen preciso ir pistola en cinto o agredir antes de que agredan.  A nivel internacional lo incivilizado y brutal prevalece y las pautas del patriarcado más feroz y obtuso son las que rigen.

En la reacción o falta de ella de los países y los políticos y sobre todo de la Unión Europea en conjunto, se observa una primera diferencia muy notable entre países, o habitantes de países, que reaccionan con sentimiento y humanidad, y otros que reaccionan con indiferencia y crueldad.  España, que fue uno de los primeros países a los que llegaron las riadas de emigrados, dejó que se ahogasen y los trató como si fuesen basura y escoria.  Esa frialdad de sentimiento y esa indiferencia  al sufrimiento ajeno que mostró España, y que no es nueva en su historia, fue creada por el régimen inquisitorial que insensibilizó a los habitantes del país e hizo que, precisamente por esa insensibilidad, no entendiesen nunca nada y viviesen en un mundo de fantasía y soberbia, creyendo que quedan bien  cuando actúan como personajes de la picaresca, aprovechándose de la hospitalidad de los demás y negándola cuando debieran ofrecerla.  Cabía pensar que los países del Sur de la Unión Europea reaccionarían lo mismo que España, por ser más pobres o tener economías más problemáticas que los del Norte, pero Italia y Grecia hicieron lo que pudieron y más de lo que podían cuando los demás países de la Unión miraban todo ello con indiferencia pensando que a ellos nos les llegarían las aguas de la riada.  Francia reacciona como España, con la misma indiferencia y frialdad, aunque ahora quiera ponerse al frente de un montaje coreográfico pensado para hacer ver que se va a solucionar el problema.  Y Alemania, que, vista con admiración o resentimiento, es siempre la mala del cuento y la ¨nazi¨, reaccionó con más humanidad, compasión e inteligencia que los demás.

Como siempre, en casos como este, en que los que hablan en nombre de la religión deberían ofrecer alguna orientación espiritual frente a un problema que nadie sabe cómo solucionar porque lo más probable es que no tenga solución inmediata, están callados como muertos, o porque su falta entendimiento del espíritu hace que no sepan qué decir, o porque tienen miedo de ofender a los ricos y a los políticos y optan por el silencio.  Si los príncipes de las iglesias cristianas creyesen en el cristianismo que predican, lo menos que podrían hacer sería dar techo y comida en sus palacios a los emigrados.

El problema va mucho más allá del Tratado de Schengen y abarca a países que no firmaron ese tratado, como son el Reino Unido y los Estados Unidos de América.  Estas riadas de refugiados y emigrados son producto de las guerras ¨humanitarias¨  y ¨románticas¨  de las últimas décadas que se hicieron para llevar la democracia a países en los que las potencias occidentales descubrieron de pronto, como si no lo supiesen antes, que había dictadores terribles que trataban muy mal a sus pueblos y armaron guerras que destruyeron a esos países y pueblos.  Tendrían que ser los países que iniciaron esas guerras y las sostuvieron los que se hagan cargo de los emigrados y se responsabilicen de la destrucción que causaron.  Habría que cambiar la costumbre, típica del patriarcado y que en la política internacional funciona sin que nada se le oponga, de que los poderosos, los ¨patriarcas¨ internacionales, actúen como si tuviesen derecho divino a hacer lo que quieran y no se responsabilicen de nada porque cumplen el mandato de los dioses.  Desde el punto de vista material y espiritual, la única forma de evitar que se desborden los ¨ríos¨ humanos y haya riadas de emigrados es no abusar y hacer todo lo posible por que se pueda tener una vida en todos los países.  Las guerras ¨humanitarias¨ son una burla, porque el humanitarismo y los bombardeos son incompatibles. Las ¨románticas¨ en nombre de la democracia son otra burla, porque no se puede imponer la democracia con bombas y creando caos. Y si se aplicase la doctrina de la ¨guerra preventiva¨ en la política nacional o local, o en las familias, llevaría a que todos viviésemos en el miedo permanente y a que matásemos al vecino, al hermano o al amigo para demostrar fuerza y que no nos matasen a nosotros.  

Entre los que organizaron guerras estas últimas décadas y que por tanto deberían responsabilizarse por los resultados de esas guerras están los Estados Unidos y su colaboradora la Unión Europea.  Una primera medida justa y útil sería cortar por la mitad o más los inmensos sueldos y pensiones de los burócratas y políticos de la Unión Europea y dedicar ese dinero a hacer frente al problema de los emigrados.  Y otra, decidir que la única guerra justificada es la de defensa y que todas las demás son una disculpa para fomentar el sadismo, el latrocinio y el pillaje de los que se aprovechan las poderosas industrias y mafias que hacen fortunas con la miseria y el caos.

 Habría que prestar más atención a la política internacional, dejar de creer que los que llegan a ella y la manejan son los mejores, e impedir que el mundo de las alturas funcione con los códigos y patrones del hampa y de los bajos fondos.


Septiembre de 2015

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