El gran cambio político
Teresa Barro
Parece que el
gran cambio será el de pasar de la política ideológica típica del siglo pasado a
una política más basada en principios y menos fácil de desvirtuar que la apoyada
en ideas y doctrinas. Los principios pueden orientar y servir de base, pero
nada más. Ponerlos en práctica es siempre difícil y nadie tendrá nunca la
fórmula perfecta para hacerlo. Los principios no pueden convivir con dogmas y
por eso alientan la creatividad, a diferencia de las ideologías, que la sofocan.
Lo que está
causando gran desconcierto entre los políticos y las elites es que acabó la lealtad
incondicional a una idea o ideología. Acostumbrados como estaban a hablar de
principios y sustituirlos con ideologías que todo lo justificaban, se
encuentran sin su instrumento principal para practicar el engaño. La lealtad
incondicional llevó a que hasta hace poco se votase por un partido de izquierda
o de derecha, nacionalista o fascista,
monárquico o republicano, por devoción, porque el partido representaba las
ideas en las que se creía y era símbolo
de la propia identidad. Lo que importaba era el modo en que se definiese el
partido y la creencia que adoptase en teoría, aunque en la práctica actuase en
contra de lo que predicaba o de lo que cabría esperar de la definición de sí
mismo que daba.
La política fue
en el siglo XX como una religión y los partidos políticos actuaron como
iglesias que fabricaron catecismos para definir la vida y el mundo y dictar lo
que había que pensar, decir y hacer. Con la fe y la creencia adecuada se podría
transformar el mundo en un paraíso terrenal. Si, para hacerlo, era preciso
robar, adquirir territorios ajenos, someter a poblaciones, torturar y matar, el
fin justificaba los medios: era legítimo crear infiernos para alcanzar paraísos. Los distintos catecismos ideológicos abarcaban
todas las esferas, teóricas y prácticas, materiales y espirituales. El creyente
político, como el religioso, se sentía sostenido y respaldado por los representantes
de su fe y les perdonaba los fallos o no creía que los pudieran tener. La fe
política lo definía y era parte fundamental de su ser y personalidad.
Lo que ocurre
ahora en la política es lo mismo que ocurrió con las iglesias y las religiones:
los fieles descubrieron que los estaban engañando y que los que más hablaban en
nombre de la fe eran los que menos
creían en lo que predicaban. Se vio que los políticos, como las iglesias,
trabajaban para las elites y manejaban las creencias de los demás para situarse
en alturas desde las que podían abusar y estafar. Así como las religiones se
pusieron al servicio de las elites y taparon las verdades fundamentales del
espíritu con una maraña de argucias y falsedades, en la política se sustituyeron
los principios fundamentales que debieran regir el gobierno de los países con
paquetes ideológicos que prometían el paraíso para todos y lo traían sólo para unos
cuantos.
Se ve ya con
claridad que las dos ideologías principales del siglo pasado, la
liberal-capitalista y la comunista, tan opuestas en apariencia, estaban por
igual al servicio de las elites, y que la fe ¨religiosa¨ que exigieron de sus
fieles fue parte de un gran engaño. Las dos ideologías apelaron al sentimiento
invocando principios fundamentales del espíritu. El comunismo invocó el principio
de la justicia y el liberalismo-capitalismo el de la libertad. Los principios
quedaron en los dos casos ahogados en paquetes ideológicos que permitían
engañar y disimular que seguía lo de
siempre, el reparto del mundo entre unos pocos. Comunismo y capitalismo
acabaron igual, sin justicia ni libertad ninguno de los dos, porque esos dos
principios no pueden funcionar el uno sin el otro. No puede haber justicia sin
libertad, y no puede haber libertad sin justicia.
Los políticos y
las elites que gobiernan el mundo tardarán en entender la nueva ¨revolución¨
democrática y espiritual que los deja a un lado. Como les pasó a las iglesias,
ya nadie cree lo que dicen y nadie les hace caso. El gran cambio es que los
votantes son ahora más inteligentes que los políticos y están más evolucionados
y adelantados. Entienden mucho mejor cómo habría que gobernar en todos los
niveles, local, nacional e internacional, y no están dispuestos a dejarse
llevar por los que solo piensan en hacer negocio y predican libertad y justicia
para embaucar, acaparar y aprisionar.
Junio de 2015
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