Corrupción y trabajo

El nivel de corrupción de cada país dependerá de lo fácil que sea ejercer poder sin que nadie se oponga. Cuanto más autoritario sea el régimen de gobierno de un país, mayor será la corrupción. Funciona como un círculo vicioso: el autoritarismo fomenta la corrupción y la corrupción fomenta el autoritarismo.

Si en el Reino Unido o en Dinamarca o en los Estados Unidos de América hay menos corrupción que en España, Nigeria o México es porque en esos países el poder está más repartido y por eso es más fácil y posible ejercer los derechos que correspondan y hacer que se respete la libertad y la justicia.

La corrupción invade toda la vida política, social y económica cuando el poder se reparte entre unas cuantas familias prominentes que se ponen de acuerdo entre sí y hacen cuerpo contra los demás, o cuando hay una institución que adquiere poder absoluto sobre el país, como lo adquirió la iglesia católica en España, o cuando los países tienen servicios secretos que pueden hacer lo que quieran e imponerse a las instituciones democráticas en nombre de la seguridad nacional. La corrupción está siempre en relación directa con el mando y la fuerza de las elites y con que puedan o no salirse con la suya con facilidad o dificultad. Cuanta menos libertad de expresión y menos oportunidad de expresar opinión y decir la verdad, o más miedo a las represalias, haya en un país, mayor será la corrupción.

La corrupción en gran escala ahoga a las personas y a los países porque, entre otras cosas, no fomenta ni deja que se aprecie lo que vale y acaba reinando lo que no vale. España es un país roído por la corrupción desde que se forjó la alianza entre el gobierno de los reyes ¨católicos¨ y  la iglesia católica que les permitió hacerse con todo el poder y aniquilar todo lo que les estorbaba. Esa alianza entre la iglesia y el gobierno creó años y siglos de autoritarismo de los que surgió una sociedad con miedo a desviarse de lo que no estuviese mandado, acostumbrada a no pensar, a resignarse y a que le dictasen lo que había que hacer y, sobre todo, sabedora de que la única manera de conseguir empleo y llevar una vida más o menos pasable era arrimarse al poderoso y tener ¨amigos¨, porque de esos ¨amigos¨ y de sus recomendaciones iba a depender todo, desde la pura supervivencia hasta la posición social y la posibilidad de hacer dinero.

En España no hay estudio ni trabajo desde los tiempos de la Inquisición. Hay ¨estudios¨ y ¨colocaciones¨.  Los estudios son para conseguir, si se tienen ¨amigos¨, colocación. El estudio y el trabajo, que era en lo que sobresalía la España de antes de la Inquisición, quedaron prohibidos y se convirtieron en señal de falta de limpieza de sangre. Para no levantar sospechas había que demostrar que no se leía ni se estudiaba y que no se trabajaba. Ser ocioso, negligente y despreciativo del saber se convirtió en lo fino y lo respetable, lo que probaba que se era ¨cristiano viejo¨.  Se creó una sociedad impotente, temerosa, sin confianza en sí misma y a la que la corrupción llegó a parecerle lo normal porque, o se estaba protegido por un clan o  una mafia, o no había posibilidad de sobrevivir y menos aún de ser alguien.

España sería la risa del mundo si se supiese que lo que quieren la mayor parte de sus habitantes es ser funcionarios. Quieren serlo, y no les cabe en la cabeza que pueda haber otra forma de vivir ni creen que en otros países no sea así, porque ser funcionario fue durante siglos, y sigue siendo, la  garantía de tener un empleo seguro y de por vida, se haga bien o se haga mal. La idea, normal en los países más adelantados, de estudiar lo que a uno le gusta y de trabajar en lo que a uno le atrae, es desconocida y parecería ¨romántica¨ e infantil, o hasta egoísta, porque no se entiende que el que estudia lo que le gusta y para lo que tiene aptitudes rinde más y sirve mejor a la sociedad, como lo hace el que trabaja en algo que le atraiga y a lo que pueda dedicarse con entusiasmo y pasión. Ni se entiende tampoco que en el trabajo se descubre uno a sí mismo y que una sociedad en la que sea posible cambiar de trayectoria y de trabajo tendrá siempre grandes ventajas sobre otra en la que el trabajo que haya que hacer para ganarse la vida en general se aborrezca. 

El que haya trabajo para todos tendría que ser el principal objetivo político y social de cualquier país que aspire a ser democrático. Las elites saben que la falta de trabajo y la consiguiente corrupción les convienen para no perder fuerza. No puede haber oposición al mando injusto cuando se tiene miedo a no encontrar trabajo. Y no puede haber trabajo para todos si todo el mundo va a la Universidad y aspira a tener un empleo ¨universitario¨. Fueron en gran parte el clero y las iglesias los que abrieron un abismo insalvable entre el trabajo intelectual y el manual y decretaron que el primero era para los ricos y el segundo para los pobres. Lo hicieron para situarse ellos en una torre de marfil y a gran distancia de los que no ¨sabían¨. Las universidades se convirtieron en instituciones destinadas a crear y sostener elites con poder sobre los demás. Esa diferencia de categoría social entre el trabajo intelectual y el manual es dañina, porque muchos que no tienen la mínima vocación ¨académica¨ se ven obligados a hacer unos estudios para los que no sirven y que no les interesan, o tienen que renunciar a estudiar porque no hay más opciones. Y, aunque se creasen estudios ¨profesionales¨, nunca tuvieron la misma categoría que los universitarios y fueron para ¨pobres¨.

Acabar con esa convención social, de origen eclesiástico, que desprecia lo manual y beatifica lo intelectual, y dar la misma importancia a lo uno y a lo otro, abriría inmensas posibilidades de estudio y trabajo auténticos y dificultaría la corrupción.


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