Orientación espiritual, el Papa y las iglesias cristianas
Teresa Barro
Se supone que los
que hablan y actúan en nombre de las religiones deberían ofrecer orientación
espiritual. Eso es algo que las iglesias cristianas, y ya no digamos el
Vaticano, rara vez hicieron, aunque por oficio tendrían por lo menos que
haberlo intentado. No lo hicieron porque siempre pudo más el amor a lo material,
la conveniencia y la pasión por el poder que el espíritu en el que tendrían que
basarse.
En estos últimos
tiempos hubo varios ejemplos de cómo, en vez de ofrecer orientación espiritual,
las iglesias cristianas confunden y desorientan. La respuesta del Papa cuando
le preguntaron su opinión sobre lo sucedido en París con lo de Charlie Hebdo,
no sólo no orientó en el terreno del espíritu, sino que fue anticristiana. Se supone que la orientación espiritual que
ofreció Jesucristo debiera ser la que siguen los que hablan en nombre de él. Parte
de esa orientación fue, sin lugar a dudas, que el dejarse llevar por la ira y
el deseo de venganza no era deseable y que lo del ojo por ojo y diente por
diente no podía dar buen resultado. El
¨fundador¨ del cristianismo apoyó ese principio espiritual, que ni siquiera
nació con el cristianismo y que formó siempre
parte del conocimiento del espíritu, con palabras y sobre todo con hechos. Muy
en contra de lo que se esperaba de él en el contexto histórico en que vivió,
eligió enseñar cómo funcionaba el espíritu a los que quisiesen escuchar, sin
imponerse ni imponer ninguna ¨verdad¨. No predicó desde las alturas, sino que
enseñó, y salió a hacerlo con la incomodidad, el trabajo y el gasto que suponía
andar a pie por todos los lugares, exponiéndose y yendo él a buscar a los demás
en vez de situarse en una posición de poder desde lo alto y dejar que lo fuesen
a buscar a él para darse importancia. Podría haber agrupado a sus discípulos y
seguidores y haberles dicho que tenían que imponer la fe y la verdad por la
fuerza si fuere preciso, pero siguió las leyes del espíritu e hizo lo
contrario.
Cuando ocurrió el
asesinato en París de los periodistas de Charlie Hebdo, el Papa, para dar
orientación espiritual y cristiana, en vez de manifestarse tan comprensivo con
los asesinos y afirmar que era la reacción natural si alguien ofende la fe de
uno, tendría que haber dicho que nadie tiene derecho a privar de libertad ni a
matar, en nombre de nada y por ningún motivo. Pero para hacer eso tendría que
haber estado dispuesto a reconocer que la iglesia católica había actuado en
contra del espíritu y de la religión que decía practicar cuando se había
lanzado a matar, torturar, robar y cometer toda clase de fechorías con la organización
de las Cruzadas y de la Santa Inquisición, y cuando había decidido imponer la
¨fe¨ a palos y a tiros. Al ser tan comprensivo con los fanáticos de otra ¨fe¨,
el Papa quiso defender por encima de todo una historia de la iglesia que se
burló del espíritu y el derecho a atropellar y a dejar sin libertad a la
humanidad en nombre de la religión. Y hasta en sus palabras se adivinaba cierta
admiración por una religión que se imponía a la fuerza, como el catolicismo lo
había hecho en los buenos tiempos.
Pocos días
después de esos comentarios antiespirituales y anticristianos del Papa,
surgieron episodios en la iglesia anglicana de Inglaterra que demostraron que
esa otra iglesia cristiana tampoco quiere dar orientación espiritual porque prefiere
defender su propio poder y rango en la
sociedad. Cuando murió el rey de Arabia Saudita hubo protestas en el Reino
Unido de que se hubiesen bajado las banderas a media asta por el monarca de un
país notorio por sus prácticas antidemocráticas y por no respetar los derechos
humanos. El arzobispo de Canterbury, jefe de la iglesia anglicana, salió en
defensa de que se hubiese hecho y dijo que era lo que lo que la diplomacia
exigía. Sin embargo, en este caso también se sacrificó la orientación
espiritual y cristiana, porque desde el punto de vista del cristianismo lo que
debe contar es la verdad y no las leyes de los hombres o las convenciones
sociales. Aunque la convención social y diplomática dictase que había que dar
siempre reconocimiento oficial al representante máximo de un país, también era
cierto que, tratándose de un país tan antidemocrático y tan dado a prácticas
abusivas, cabía poner en duda la legitimidad de esa representación y que no
dejaban de tener alguna razón los que protestaban. Con ese comentario el arzobispo
quiso acallar las protestas haciendo uso de su autoridad espiritual para
defender lo establecido, tarea que no le correspondía a él, sino en todo caso
al gobierno.
Y el tercer
episodio, muy reciente, fue el de un grupo de obispos, también de la iglesia
anglicana de Inglaterra, que declararon en público, con aire compungido y de
gran preocupación, que los partidos políticos deberían dar, o volver a dar,
orientación moral. Pero la orientación moral no tiene nada que ver con la
política y, en todo caso, serían ellos, los obispos, los que tendrían que
darla. Lo que había en el fondo era miedo a que los partidos políticos tradicionales perdiesen el dominio, en vista
del descontento general con ellos, y fuesen sustituidos por otros menos
conocidos con los que la iglesia tal vez no podría negociar con la misma
comodidad, o de que ese descontento y desilusión de todo el mundo con las
elites políticas repercutiese en las elites religiosas. Una vez más se vio a
una iglesia cristiana actuando de forma anticristiana y queriendo usar el
espíritu para justificar y defender el dominio imperial en el mundo y en la
sociedad.
Febrero de 2015
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