Hay que corregir

Teresa Barro

España no corrige ni aprende del pasado. Pasa de una experiencia a otra a saltos y sin continuidad. No se propone tomar las riendas de su destino y deja que el ¨destino¨  las tome por ella. Flota y se deja llevar por la corriente, nunca navega. Eso es lo que está haciendo en estos momentos en relación con la Unión Europea. Fueron pocos los países que se dejaron llevar tan a gusto por esa entidad ¨protectora¨ que dictaba lo que había que hacer. Dejarse dictar ¨todos juntos¨ satisfizo el fatalismo de fondo y el gregarismo conformista de la sociedad española. Ahora que en casi todos los países de la Unión Europea se está planteando en mayor o menor grado la posibilidad de salirse de esa Unión o de que ésta deje de existir, en España nadie quiere pensar en esa posibilidad y menos aún hacer planes por si eso sucede. Si llega ese momento,  se hará mal y a destiempo lo que parezca que hagan los demás.

Los muchos años y siglos de Inquisición y de un mando de la iglesia católica que aún sigue ahora explican ese modo de funcionar de España, pero podría corregirse. Hay países que corrigen de continuo lo que hacen y esos son los que van a la cabeza. Hay otros que se empeñan en no ver sus errores y ni siquiera admiten que puedan cometerlos, y esos son los que no adelantan, porque para progresar en cualquier materia hay que corregir lo que se hace mal. La política, para que sea democrática, tiene que basarse en corregir casi a diario, lo que se consigue mediante el diálogo entre el gobierno y la oposición. No es democrática, aunque lleve el título de serlo, cuando no hay oposición que obligue a corregir presentando otros puntos de vista y otras posibilidades.  Por esa razón la democracia da mejores resultados, aunque sea más ¨difícil¨, que la dictadura, en la que ya se sabe todo y no hay nada que corregir.

Estar dispuestos siempre a corregir, tanto en la vida individual como en la colectiva, es la única forma de llegar a hacer las cosas bien. La mentalidad que inculcó el catolicismo político e inquisitorial en España hizo que tanto en lo personal como en lo colectivo se crea que todo está decretado desde el principio, desde los cielos, y que se nace bueno o malo, inteligente o tardo, avispado o zopenco, superdotado o inútil y no se puede cambiar. Se glorifica el pasado si se puede y, si no, se olvida y se mete en un armario bien cerrado para que no se vea. No se admite el error porque o se es perfecto o se es ¨malo¨, y si se nace ¨bueno¨ no se yerra, se hace todo bien. Esta actitud de no aceptar que hay que aprender y que se está aprendiendo siempre y que para eso son las experiencias, es lo que lleva a hacerlo todo mal, por no querer corregir. Por mucho talento que se tenga para algo, si no se aprende a hacerlo bien practicando, corrigiendo y puliendo los defectos, el resultado será una chapucería y el talento inicial se habrá malogrado.


Noviembre de 2014

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