El imperio de los economistas

Teresa Barro

La doctrina de la globalización y del mercado libre se impuso con fervor religioso y espíritu de cruzada. Los economistas habían descubierto la matemática que gobernaba el mercado. La economía de casino no era caprichosa. El que se ganase o se perdiese en la ruleta respondía a leyes tan indiscutibles como la ley de la gravedad.

Lo asombroso fue que, si la economía era una ciencia tan exacta como dijeron, no hubiese ningún economista de entre los que estaban ocupando puestos de importancia y rigiendo la política mundial con sus doctrinas, que previese la crisis financiera y económica que comenzó en el 2007 y de la que no se ha salido más que en apariencia. Cualquiera que hubiese tenido los ojos abiertos y supiese contar habría visto que lo que se estaba presentando como una economía globalizada que traería la prosperidad para siempre no podía funcionar desde el punto de vista económico y que lo que se estaba haciendo era usar doctrinas ¨económicas¨ y darles apariencia de verdades científicas para echar abajo lo poco que se había conseguido de progreso social y democrático. Lo que se quiso fue establecer una dictadura basada en la adoración al dinero y el desprecio a todo lo que no fuese ostentación de riqueza, mando y vasallaje. Los economistas fueron los grandes colaboradores en esa empresa, junto con las universidades, que se convirtieron en máquinas alimentadoras del sistema que se quería montar y proporcionaron las pruebas ¨intelectuales¨ y ¨objetivas¨ que se precisaban a cambio de prestigio, poder y dinero.

Los economistas engañaron al mundo y se engañaron a sí mismos queriendo hacer pasar por ciencia una materia que no lo es y presentando como inteligente y exacto un mercado fácil de manipular por quienes tienen poder para hacerlo y que responde más a fuerzas emotivas y hasta a rumores que a leyes científicas y a la precisión matemática con que lo quisieron disfrazar. Para qué se quiere el dinero tiene tanta importancia como cuánto hay y cómo se adquiere, y eso hará que la economía nunca sea una ciencia y, menos aún, una ciencia exacta. Los economistas, por fatuidad e incompetencia, actuaron como timadores. Se prestaron al juego político de convertir el mundo en un lugar donde la distancia entre los pocos ricos y los muchos pobres fuese insalvable y hundieron la economía en ese juego.


Noviembre de 2014

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