Ideologías o principios

Teresa Barro

Los resultados de las recientes elecciones europeas fueron sobre todo un voto en contra de las ideologías que rigen la política y de los dogmas y el autoritarismo de las elites y la sociedad establecida. Los votantes demostraron que no están opiados ni entontecidos y con ese voto dejaron en claro que lo que quieren es salir de la retórica y los engaños habituales que tratan de presentar el encarcelamiento como libertad, el atropello como justicia, la tristeza como felicidad y la imitación como creatividad.

Lo que los votantes percibieron es que, a la hora de la práctica, una ideología es igual a otra en cuanto que los resultados son los mismos, y que lo que faltan son principios. Si un político o un partido actuasen de acuerdo con el principio de la sencillez, por ejemplo, no se lanzarían en cuanto pueden a la vida de lujo y privilegio aunque la ideología que profesen tenga el dogma de lo contrario. Es la falta de principios de las elites lo que  los votantes encuentran aborrecible y lo que quieren que cambie.

Cuando una persona no tiene principios actúa con una falta de escrúpulos que la hace temible y capaz de cualquier cosa para conseguir lo que quiere, y lo mismo ocurre con los partidos políticos. La gente sabe que lo único que ofrecen son remiendos y promesas que no cumplen. La derecha y la izquierda europeas tendrían que pensar en cuáles son sus principios, o cuáles deberían ser si no los tienen. Estar a favor o en contra de la emigración, o a favor de Palestina y en contra de Israel, o a favor o en contra del aborto o del matrimonio homosexual no son principios y ninguna de esas creencias es de por sí de izquierda o de derecha.

Las ideologías nunca llevan a una solución verdadera de los problemas y nunca van al fondo, con lo cual confunden y enredan la situación.  Por ideología puede llegarse tanto a la conclusión de que está bien como de que está mal que, en nombre de la religión,  se obligue a las mujeres a que anden tapadas y con velo, y, aunque no se esté de acuerdo con esa costumbre, se consentirá si lo hacen ¨los nuestros¨ y se rechazará si lo hacen los demás. Si, en cambio, se aplicase el principio de que todos los humanos tienen los mismos derechos, sean hombres o mujeres, blancos o negros, ricos o pobres y sea cual sea su religión y su ¨cultura¨, se vería que la exigencia de que las mujeres anden tapadas y vigiladas proviene de la ideología patriarcal que impone que las mujeres son para los hombres. Lo lógico sería pensar que si hay hombres que temen sentirse tentados por las mujeres si no andan tapadas y desaparecen de la vista, son ellos los que tienen el problema y los que deberían andar vigilados y con los ojos tapados. Si la iglesia católica actuase de acuerdo con el principio cristiano por excelencia de tratar a los demás como se quisiera que tratasen a uno, y con los principios que se desprenden de la vida de Cristo de vivir con sencillez ganándose la vida con el trabajo y sin imponer la verdad por la fuerza, en vez de adoptar la ideología de ¨obtener poder y riquezas para hacer el bien y conseguir el triunfo del cristianismo¨, no habría podido actuar como una organización mafiosa  dedicada al lujo, el latrocinio, la mendicidad y la vagancia en nombre de una ¨verdad¨ que había que imponer. O, si no hubiese adoptado la ideología patriarcal que decreta que el hombre es superior a la mujer y lo masculino superior a lo femenino, no usurparía los derechos de las mujeres y no las trataría de la manera ofensiva en que lo hace.


Junio de 2014

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