Españolismo, centralismo y nacionalismo
Teresa Barro
La discusión
entre ¨españolistas¨ y ¨nacionalistas¨ rara vez o nunca se plantea con
serenidad. Los españolistas se ven a sí mismos como patriotas frente a los que
atentan contra la patria, e interpretan como desacato imperdonable la actitud
de los que se atreven a pensar siquiera
en separarse del tronco común.
La llamada unificación de España que iniciaron
los reyes católicos fue, más que unificación, una centralización despiadada con
fines de latrocinio y despojo, que facilitó el maltrato de todo lo que no fuese
ese centro. Se hizo con la mala voluntad
y el despotismo que resalta en toda la historia que siguió a ese reinado y, en
vez de unir, separó, porque las uniones que no se quieren ni aprecian no unen,
sino que dividen.
Con el tiempo el
centralismo se institucionalizó y se hizo permanente, pero, así como en otras
naciones de Europa pudo haber tenido ventajas y ayudado a crear la idea de
nación, en España nunca la creó. España, a pesar de la retórica y las
apariencias, nunca adquirió la dimensión
nacional y se quedó en la local. La falta de patriotismo de los habitantes de
España fue siempre notoria, en comparación con otros países, y el sentimiento
de patria sólo funcionó en relación con el lugar de nacimiento. Ese sentimiento
nunca se expandió hasta alcanzar el nivel más abstracto de nación. Tampoco
existió entre los españolistas y centralistas, que, de haberlo tenido, no
hubieran desatendido a la ¨nación¨ como lo hicieron y atendido tan sólo a sus
propios intereses. Eso es lo típico de países atrasados en materia política, en
los que el mando se interpreta como la ocasión de enriquecerse, figurar y dar
puestos de importancia a la familia. Esa mentalidad, incapaz de ver más allá de
los intereses personales y familiares, es la
típica de los que consiguen poder
en países centrados en intereses locales
y tribales y sin idea de que hay o puede haber otra dimensión más amplia, que
es la nacional y la internacional.
La postura
españolista es como la de los padres inamovibles y llenos de razón que se
sientan en el trono y esperan que los hijos les rindan homenaje y reconozcan su
autoridad absoluta, creyendo que con eso defienden ¨la familia¨. España actuó
con los países de América, sus ¨hijos¨, como la madre intransigente y ofendida
que se niega a escuchar, y por eso los perdió. Fue ella la que rompió los lazos
que debieran haberla unido a ellos, por tratarlos sin respeto y confundir la
unión con la sumisión de unos y la dictadura de otros. Y esa es la misma pauta
que se está siguiendo en la cuestión del españolismo y el nacionalismo.
Los centros de
poder son focos de incompetencia y corrupción. Las recientes autonomías
sirvieron para crear otros centros de poder, fáciles de sobornar y manejar, al
servicio del poder central. Con
autonomías o sin ellas, la centralización de España funcionó siempre para mal y
nunca para bien. Establecer un gobierno itinerante liberaría a España de la
prisión de un centralismo que la debilitó y empobreció, y le abriría la
posibilidad de actuar con libertad, inteligencia y creatividad por primera vez
en muchos siglos.
Abril de 2014
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