Idiomas extranjeros

Teresa Barro

Pueden tomarse muchas actitudes distintas frente a la necesidad o no de aprender idiomas extranjeros, pero la de los habitantes de España es casi siempre exagerada en un sentido o en el otro: o la de que no hacen falta para nada porque el español es lengua universal y se puede andar por todo el mundo hablándolo, o la que está en boga en estos momentos, que es la de que hay que aprender inglés porque hace falta para todo, y ya desde que se nace o poco menos. Si se les preguntase qué idioma preferirían hablar es muy probable que optasen por abandonar el español en favor del inglés, que les parecería más ¨útil¨. De hecho, si el español tiene alguna fuerza en estos momentos es gracias a los países latinoamericanos, no a España, que lo dejaría ir como dejó ir tantas cosas. Detrás de todo ello hay credulidad y falta de entendimiento de cómo funcionan y para qué sirven las lenguas, la propia o propias incluidas.

Es una fantasía creer que se puede llegar sin gran dificultad, ¨estudiando¨, a manejar un idioma extranjero como los nativos de ese idioma.  Esa fantasía va acompañada del mal juicio que lleva a descuidar la lengua propia. En el fondo, está el malestar profundo con todo lo de España, a pesar de la retórica ¨españolista¨, y el creer que todo lo de fuera es mejor, aunque se afirme lo contrario.
Los muchos siglos de ambiente asfixiante que trajo la Inquisición y el cierre de España al extranjero que empezó con los reyes católicos y revivió con fuerza en el régimen de Franco, hicieron que no se apreciase el valor de las lenguas, exacerbada además esa actitud por la imposición centralizadora del castellano sobre las demás lenguas del país y el hecho de que esa imposición formase parte de la doctrina, o la vestidura narrativa, del imperio español: raza, lengua y religión.

Los imperios anglosajones, el británico de antes y el estadounidense de ahora, se centraron mucho menos en la imposición de una lengua que el español o el francés. De hecho, el que no se empeñaran en imponer su lengua se interpretó como racismo, comparado con el espíritu superior de ¨mezcla¨ que se atribuyó al español. Es cierto que el inglés es ahora el idioma ¨que hay que saber¨ porque es el de la potencia hegemónica del momento, pero los Estados Unidos ahora, y la Gran Bretaña antes, no tuvieron ni tienen gran interés en imponer su lengua, tal vez porque no la asocian con la religión, como los españoles, o porque no creen que sea la más perfecta y civilizada, como los franceses. Los estadounidenses podrían estar muy molestos de que se hablase tanto el español en su país y, sin embargo, no lo están, como no lo están los británicos cuando oyen los muchos idiomas extranjeros que se hablan en el país. Pero tampoco creen que sea muy fácil aprender y manejar un idioma extranjero, como creen los españoles,  que no aprecian ni cuidan el propio porque no se dan cuenta, o no quieren aceptarlo, que es muy difícil, por no decir imposible, expresarse con la misma soltura en el idioma extranjero que en el propio y que, a la hora de negociar, se está en gran desventaja si no se hace en la lengua propia.

Los españoles creen que hay que hablar y escribir inglés en reuniones internacionales y que es un deshonor solicitar servicio de interpretación y traducción. Hay que demostrar que se sabe inglés y presumir de saberlo, con lo que se está siempre en desventaja, cuando no haciendo el ridículo con el deficiente manejo del idioma y, lo que es peor, haciéndole un gran mal a España y a los países que hablan español por no defender el idioma, no de un contrincante, sino de los males que trae el desuso. Al final, los economistas, los políticos y los demás acaban sabiendo sólo el vocabulario y la forma de expresarse de su oficio en inglés y dejan al español sin recursos para la vida y los negocios.


Marzo de 2014

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