La Unión Europea reforzó la pasividad de España

Teresa Barro

No hubo país más entusiasta de la Unión Europea que España, y ningún otro entró en ella creyendo sin la menor duda que aquello era lo mejor que podía ocurrir y que ofrecía la salvación eterna. En otros países preocupaba el posible mando de Alemania y Francia sobre los demás, la imposición de uniformidad y la desaparición de las diferencias, que eran precisamente lo característico y muchos dirían lo mejor de Europa, pero eso era lo que gustaba en España, donde se soñaba con la igualdad uniformadora para no admitir que se había quedado atrás y que llevaba siglos viviendo en un régimen inquisitorial de no admitir la diferencia. Todo estaba solucionado y ya no habría que pensar: las autoridades europeas lo pensarían todo. Ningún otro país fue tan crédulo y confiado,  y lo de estar en la UE satisfacía además el deseo de figurar entre los ricos e importantes. España nunca había analizado su imperio ni sus sentimientos hacia él o la huella psicológica que pudiera haber dejado, como habían hecho otras naciones, y se creía anti imperialista aunque tenía un fuerte sentimiento de superioridad frente a sus antiguas colonias de América y pensaba que le correspondía un lugar entre los ¨grandes¨. Esa era la doctrina que había recibido durante tantos años y siglos de mala formación intelectual, y esa mala formación le había enseñado a no cuestionar lo que le contasen las autoridades.
Los habitantes de España sintieron al integrarse en la UE que los problemas y males del país se habían resuelto para siempre y todo pareció marchar bien hasta que llegó la crisis y se vio que en realidad nada había cambiado, que España volvía a ser un país mal gobernado y humillado por unas elites que se vendían, y vendían al país, a cualquiera que les ofreciese la vida de lujo y poderío que deseaban; un país sin trabajo, en el que no era posible vivir con independencia, con unos jóvenes que ahora pasaban por la universidad y estudiaban una carrera con ¨salidas¨ pero se encontraban con que ni había ya  el empleo seguro y para toda la vida a que aspiraban ni ningún otro. Y, aunque hubo protestas, esas protestas no asustaron a las elites, porque pensaban que eran la protesta del que querría tener lo que ellas tenían y eso les permitió burlarse y sentirse cada vez más superiores. Lo único que les asustaría sería que el país quisiese otra cosa y se propusiese conseguirlo.
Septiembre de 2013


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