El sistema que rigió España
Teresa
Barro
El sistema que se estableció con los reyes
católicos y la Inquisición llevó a una mala relación de España consigo misma y
con el exterior. Ese sistema nunca cambió y llega hasta hoy. Se protestó contra
los males y se describieron, pero nunca se analizaron ni se hizo nada por
remediarlos. Quizá el único momento en que hubo intención de cambiar de rumbo y
de acabar con esos males fue en la Segunda República, y eso trajo otra
Inquisición en forma de guerra civil, dictadura, persecuciones, anulaciones,
humillaciones y matanzas hasta que se impuso de nuevo el ¨orden¨ y todo volvió
a su sitio, con la Iglesia otra vez dominando el país y obteniendo todo tipo de
privilegios y la imposición de una identidad que para ser española tenía que
ser católica.
Una religión no puede hacer una nación y menos
aún una nación creativa, por lo que España siguió con sus caminos sectarios e
intolerantes a la vez que imitativos y
pasivos, queriendo estar entre los poderosos pero dejándose manejar por ellos y
viviendo en una picaresca interiorizada y consentida en la que imperó el sálvese el que pueda y el
arrimarse al sol que más caliente. Todo lo cual fomenta el individualismo y el
localismo y no deja construir la dimensión nacional e internacional que un país
precisa para funcionar bien. No se puede crear ¨el bien común¨ ni puede haber
funcionamiento cívico y colectivo si se sabe que serán los sagaces que entiendan
el sistema y lo sepan manejar en provecho propio los que saldrán ganando siempre.
La forma de luchar contra ese ¨mal¨ de fondo que no deja hacer nada bueno y que
sólo puede traer corrupción e injusticia es establecer normas sociales y
cívicas que hagan difícil el triunfo de esa conducta. Para ello hay que
aprender a saber lo que se quiere, dejar de aspirar a que todo sea ¨oficial¨ y
lo haga el estado y el gobierno, y organizarse para que pueda existir una ética
pública que fomente la honradez y el bien común y castigue y desprecie la
sagacidad sin escrúpulos, la avidez y el egoísmo.
Es inútil protestar
contra la corrupción si el sistema la alienta y favorece, porque a unos
corruptos seguirán otros tanto o más corruptos. Es también inútil aspirar a que
no haya corrupción ni sagaces dispuestos a sacar provecho de las situaciones
porque los habrá siempre, pero lo que sí se puede es establecer sistemas que,
en vez de facilitar esa conducta, la dificulten.
Julio de 2013
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