La iglesia española tendría que demostrar cristianismo o cambiar de nombre
Teresa
Barro
Los reyes católicos forjaron una alianza entre
la corona y la iglesia que hizo de España un país frustrado, empobrecido y mal
gobernado. La iglesia adquirió con esa alianza un poder inmenso, y la corona se
valió del apoyo de la iglesia para justificar el mal gobierno y la mala
administración.
Acabar con ese poder absoluto de la iglesia
fue la aspiración de muchos habitantes del país, pero todos los intentos
fallaron. El error estuvo quizá en querer suprimir la institución en vez de
exigirle coherencia y religiosidad.
La jerarquía católica se comportó de un modo tan
contrario al cristianismo que tendría que ser la propia iglesia la que quisiese
cambiar sin que hubiese que exigírselo. No es posible creer que sea conducta
cristiana acumular riquezas, con atropello casi siempre, privar de libertad y
de medios de vida a los habitantes de un país y gozar de la vida cómoda en las
ciudades sin atender a los lugares más necesitados e incómodos.
Acumular dinero y posesiones en nombre del
espíritu indica siempre usurpación y fraude, sea cual sea la religión o
creencia espiritual que se invoque. Los que actúan en nombre del cristianismo
se dicen seguidores de Cristo. Si Cristo hubiese querido hacer negocio
invocando el espíritu, habría podido acumular riquezas y vivir como un rey. Parece
en cambio haber elegido vivir de su trabajo con sencillez y ganar la vida con
honradez.
Si la iglesia católica quiere hacer negocios y
tener bancos, tendría que cambiar de nombre y presentarse como firma de
negocios o entidad multinacional. En todo caso tendría que rendir cuentas
públicas y minuciosas de sus bienes, someterse a inspecciones independientes y
pagar impuestos por sus posesiones y actividades comerciales. Y los fieles
tendrían que sostenerla, no los demás.
Marzo de 2013
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