Estamentos, armamentos y guerras


El estamento más elevado de la sociedad, el de los que gobiernan el mundo con su poder económico y político, es el que peor funciona y el más absurdo de todos. El poco progreso que ha habido no vino nunca de ese estamento de los poderosos. Ahí nunca hubo el minimo avance, y funciona ahora como funcionaba en tiempos antiguos, sin pensar más que en defenderse del vecino, robarle lo que tenga si se puede, organizar guerras disparatadas y alentar y sostener la corrupción y el latrocinio.


Hay un inmenso abismo entre lo que pudiéramos llamar las capas corrientes de la sociedad y la capa suprema que maneja el mundo y las relaciones internacionales. El nivel supremo funciona manejando todo en secreto y de forma gangsteril. Lo que ocurra a los habitantes de las naciones no les importa, como a los amos de los esclavos no les importaban éstos; lo único que querían era que produjesen lo más posible en poco tiempo para poder enriquecerse ellos, y eso es lo que quieren los amos del mundo de ahora. Hacen del mundo un paraíso para los que no valen nada ni aportan el progreso más mínimo a la humanidad y crean un infierno para los demás.


La mentalidad que rige a ese nivel de los grandes economistas y los grandes políticos, que tendría que ser el más elevado y es el más bajo de todos, es la de que hay que estar armados porque todos los están. En comprar armamento se gasta el dinero que tendría que emplearse en hacer que la sociedad funcione con inteligencia y justicia. Si todos tuviésemos que andar pistola en mano para defendernos se consideraría lamentable e incivilizado, porque hemos aprendido que se puede organizar la sociedad de otra manera más razonable. Pero a nivel internacional aún no se ha aprendido a actuar con inteligencia, porque los que manejan ese nivel atienden sólo al poder y al provecho propio. Tendría que juzgarse salvaje y atrasado desde el punto de vista social, y abuso y latrocinio desde el punto de vista económico, que las naciones no pìensen más que en andar en guerras, agredir y pisarse las unas a las otras, mientras que los habitantes corrientes de esas naciones han aprendido a andar sin armas y a convivir los unos con los otros. Al fin y al cabo, llegados a este punto en la carrera de armamentos, es sabido que las armas de que se dispone aniquilarían a la humanidad. Ni siquiera los poderosos podrían esconderse en sus refugios como hacen siempre.


El primer país que se niegue a invertir dinero en armas se arriesgará a que los demás abusen de esa situación, pero valdrá la pena. Una vez dado el primer paso en esa dirección, todos tendrán que seguirlo.


Teresa Barro

Febrero de 2011

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