Mujeres obispas

La iglesia anglicana de Inglaterra va a admitir que las mujeres sean obispas, y eso ha provocado una reacción en contra en algunos de los miembros de esa iglesia, que amenazan, como antes lo hicieron cuando se admitió que hubiese sacerdotes mujeres, con irse a la iglesia católica romana. Eso señala al catolicismo romano, es decir, al Vaticano, como el último reducto de la discriminación contra la mujer, comparable a lo que fue el Ku-Klux-Klan en su momento para los racistas blancos que no soportaban la idea de que no se les reconociese la superioridad innata sobre los negros y el derecho a tratarlos mal y a dejarlos para siempre de esclavos y sirvientes.

El problema es que en estos tiempos la discriminación empieza a estar mal vista y hasta penalizada, y los que quieren practicarla se ven obligados a exponer argumentos que la disculpen. El principal argumento que esgrimen los que no quieren obispas, para presentar la misoginia y la discriminación como una orden y un ejemplo divinos, es que Cristo no eligió mujeres para ser lo que ahora llamamos sus apóstoles.

¿Por qué no eligió mujeres ni las “ordenó” como sacerdotes en aquella ocasión, cuando todo parece indicar que las mujeres andaban con él predicando y explicando igual que los hombres que lo acompañaban?

Los cristianos creen que Dios se hizo hombre en la figura de Cristo. Hacerse hombre significa que tuvo que nacer, vivir y morir en un momento histórico preciso que tenía sus propias leyes y costumbres y, aunque es indudable que Cristo fue contra corriente en casi todo lo que dijo e hizo, no podía cambiar el mundo en el que vivía. Habrá quien crea que Dios podría cambiarlo de golpe si quisiese, pero debiera estar claro para todos los cristianos que Cristo nunca quiso usar poderes divinos de esa forma que cabría calificar de autoritaria y déspota, y que lo que quería era que el cambio viniese de los propios humanos.

La tarea para la que Cristo eligió a los apóstoles, es decir, a los que algunas de las iglesias cristianas, y ciertamente la católica romana, consideran “ordenados” para el sacerdocio, fue de misión a tierras lejanas. Poco antes de morir les encomendó que marchasen por el mundo adelante a explicar lo que él les había enseñado. ¿Qué mujer hubiera podido hacerlo? Las leyes y costumbres de aquel tiempo no lo hubieran permitido. Cristo tenía que saber que si las empujaba a esa tarea les esperaba la burla, el maltrato y la violación, y que ni siquiera las dejarían llegar a ningún sitio ni abrir la boca. Lo más probable sería que, si se arriesgaban, acabasen apedreadas y en la cárcel o condenadas a muerte. Tendría que haber sido ignorante, desaprensivo y misógino para querer ese destino para las mujeres.

¿Habrá algún otro argumento que no sea tan disparatado como éste que la iglesia de Roma y los que en ella quieren buscar refugio contra las mujeres puedan exponer? Sería interesante conocerlo.

Teresa Barro

Julio 2010

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