Venganza y justicia

Teresa Barro

           
 

    Tener ideas claras acerca del espíritu sería muy importante para el buen funcionamiento del mundo. El espíritu es lo que lleva al ser humano a crear, y no puede haber "espíritu de creación" sin espíritu. Somos, sin embargo, reacios a entrar en esa esfera y más aún a estudiarla, tal vez porque asociamos el espíritu con la religión o más bien en la práctica confundimos el uno con la otra, y porque nos parece que "lo espiritual" es ajeno a lo corporal y al mundo de la materia y por ello un ámbito en cierto modo reservado a los que no están del todo en este mundo o aspiran a transcenderlo. Y quizá la falta de creatividad, a pesar de que el deseo de crear es lo que distingue al ser humano, provenga de la falta de entendimiento del espíritu y de la confusión que reina en torno al tema, confusión que, triste es decirlo, sembraron desde tiempos inmemoriales todos o casi todos los que hablaron en nombre de las religiones e invocaron leyes divinizadas para imponer ansias mundanas.

    Lo primero que hay que entender de la relación entre el espíritu y las religiones es que el espíritu es por esencia anterior a ellas, no posterior; es decir, que son las religiones las que deben basarse en el espíritu y no el espíritu en las religiones. El espíritu funciona de por sí y acorde con sus propias leyes, sean cuales fueren las creencias religiosas que se profesen. La religión podrá añadir creencias  en torno al más allá; podrá decir o no decir lo que hay más allá de este vida, de dónde venimos y a dónde vamos; podrá prometer premios y castigos al desempeño de cada cual durante su vida en este mundo; podrá indicar cuál es el origen de la humanidad y la vocación y el destino final del ser humano. Pero lo que no puede y no debe hacer ninguna religión es apropiarse del espíritu y pretender que se adapte a sus objetivos. Eso fue lo que se hizo, pero no hay religión que pueda funcionar bien si no obedece a las leyes del espíritu y no se atiene a él, aunque luego explique el sentido que pueda tener. Todas funcionaron tan mal e hicieron tanto daño porque hablaron en nombre del espíritu pero no lo respetaron.

    El espíritu es siempre inteligente, lo que quiere decir que toda interpretación o todo mandato religioso que repugnen a la inteligencia tienen que estar equivocados. Los que manejaron las religiones, autoritarios siempre o casi siempre, las hicieron autoritarias a su medida, porque de lo que se trataba era de conseguir la obediencia de los creyentes y la sumisión o eliminación de los no creyentes. Se utilizaron las creencias religiosas para imponer maneras de vivir y sistemas de gobierno. Y como no se respetó el espíritu, se actuó de modos poco inteligentes y nada creativos. Respetar y alentar el espíritu y obedecer sus leyes, siempre inteligentes y nunca autoritarias, hubiera hecho un mundo en el que lo principal hubiera sido la creatividad a que todo ser humano aspira. Hacer caso omiso del espíritu y desalentarlo lo más posible llevó a un mundo que funciona sin inteligencia y sin bondad y en el que el espíritu creador no encuentra donde guarecerse y menos aún donde desarrollarse.

    Toda persona que no pueda desarrollar su ansia interna de crear, de añadir algo valioso a este mundo en la esfera que sea, se sentirá frustrada en lo más íntimo y no encontrará sentido a su vida. Por eso es tan importante tratar de averiguar cómo funciona el espíritu y estudiar la relación que pueda tener con el bienestar y el buen funcionamiento del mundo y de la sociedad humana.

    Digamos que el espíritu funciona como un instrumento musical: puede "tocarse" bien y puede "tocarse" mal. Si se toca bien, el resultado es bueno para quien lo toca, para quienes lo escuchan y para el mundo entero, porque es creación y contribuye al bienestar general y al cumplimiento de la vocación humana.

    Para tocar bien un instrumento musical hay que aprender a tocarlo, es decir, hay que someterse a un largo y profundo aprendizaje que, como todo buen aprendizaje, forma y transforma a quien lo hace y lo lleva a fijarse metas cada vez más altas y que exigen más perfección. El camino del espíritu lleva al perfeccionamiento, pero no a la perfección, porque la perfección impediría la creatividad.

    Y ahí está una de las claves del mal funcionamiento del espíritu que fomentaron casi todos los que se valieron de creencias religiosas para imponer ideas autoritarias. Como no se respetó ni fomentó el espíritu y como lo que menos se quiso fue alentar la creatividad, porque eso hubiera estropeado los sistemas autoritarios, se partió del supuesto de que había que aspirar a ser perfectos. No se quiso entender que la imperfección es necesaria para la creación y que los caminos de perfeccionamiento no llevan a la perfección, sino a un continuo aprendizaje y a una mayor creatividad.

    Examinemos, por ejemplo, la venganza desde el punto de vista del espíritu. ¿Es bueno o malo vengarse del que nos hizo mal? ¿Cómo sería mejor "tocar" esa cuestión que a todos nos atañe porque todos sentimos en algún momento el deseo o la necesidad de vengarnos y de hacer pagar el daño que nos causaron? ¿Habrá que perdonar sin más y olvidar lo sucedido? ¿Ojo por ojo y diente por diente? ¿Habrá que hacer de la venganza una cuestión de honor y de orgullo y demostrar que no se puede jugar con uno? ¿O habrá que vengarse para impedir un mal mayor y cortar de raíz un abuso?

    Y parece indudable que tanto por el lado de la venganza brutal como por el de la docilidad y el aguante a ultranza se llega con mucha facilidad a resultados poco deseables para el buen funcionamiento del mundo.

    La venganza está conectada con la justicia y también lo está con el aprecio y el orgullo personal y colectivo. No será, pues, deseable ni cometer injusticias o fomentarlas ni dejar que el orgullo y el aprecio legítimos se conviertan en soberbia, pero tampoco lo será abandonar la idea de justicia o dejar que se desprecie el valor que todo ser humano tiene y su derecho al aprecio y al respeto. Lo que hicieron los sistemas autoritarios fue utilizar creencias religiosas para fomentar la venganza brutal y la sumisión abyecta.

    El principio de "ojo por ojo y diente por diente" es mejor que el de la venganza que duplica y multiplica el mal que nos hicieron. Según ese principio no debe buscarse más que un ojo por otro ojo y un diente por otro diente, no dos ojos por un ojo o diez dientes por un diente. En ese principio hay por lo menos justicia retributiva, en cuanto que no hay que sobrepasarse en la venganza, pero no se tiene en cuenta lo difícil que es saber qué es lo justo en cada caso y lo fácil que es ser injusto, o por ofuscación emocional o por desconocimiento de los hechos o mala interpretación de los motivos. Lo más probable es que esa venganza cree más injusticia de la que resuelva y ocupe demasiado espacio psíquico y mental en la persona que la ejerza, que puede quedar así privada de libertad interior. Y sin libertad el espíritu creativo no puede vivir. No saldrá de todo ello música, sino ruido interior y exterior.

    ¿Será mejor, pues, perdonar al enemigo y poner la otra mejilla cuando nos injurie? Dependerá de lo que se entienda por perdonar, porque en eso influyeron mucho también las interpretaciones autoritarias que cultivaron actuaciones sumisas y obediencias ciegas y fijaron la anulación de la personalidad humana como meta a la que habría que aspirar.

    Perdonar no quiere decir que haya que renunciar al ansia de justicia. La justicia es quizá lo más importante para el buen funcionamiento del espíritu, su "ley ecológica" fundamental, y nada hay que pueda funcionar bien sin ella, aunque deba ir acompañada de magnanimidad y templanza para que el espíritu no se ahogue y tenga alas para volar y crear. Perdonar en ese sentido habrá de basarse en que no es bueno ni para uno mismo ni para los demás obsesionarse con lo que otros hacen mal y que no se puede renunciar a la justicia pero sí la venganza, porque tiene malos efectos en todos y, más que nada, en quien la desea y ejecuta. Lo más sabio es tener en cuenta en todo momento que no hay nada que no tenga efectos y que todo lo que se hace mal tiene efectos malos, en el mundo y en nosotros mismos. El daño que se hace a otros se vuelve contra uno mismo y tiene repercusiones no siempre visibles de inmediato pero que tarde o temprano se ven y se notan. La manera más sabia de "perdonar" es "sentarse a esperar que el cadáver de tu enemigo pase por delante de tu puerta" y dejar la reparación en manos de las fuerzas cósmicas, los dioses o la justicia universal, como queramos llamarlo. Los "dioses" lo harán mucho mejor que nosotros y nosotros mientras tanto podremos dedicarnos a cosas más fructíferas. Porque si no "perdonamos" en ese sentido nos obsesionaremos, perderemos libertad interior y nuestro organismo psíquico enfermará y quedará sin fuerzas. "Perdonar al enemigo" es, en realidad, un principio que tiene tanto o más que ver con el bienestar y el buen funcionamiento propio que con el ajeno. Es el principio que lleva a no empequeñecer el espíritu y a cultivar la generosidad y la amplitud mental y emocional que son necesarias para "hacer música" y para crear.

 
 

  terbarro@aol.com                                                                                                Octubre 2006

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