Lenguas mundiales y fuerza espiritual

 Fernando Pérez-Barreiro Nolla

 
 

Las lenguas no pesan solamente por el número de hablantes. Ni tampoco, aunque lo parezca, por el poderío político de la nación o naciones en que nacieron. Es cierto que el inglés es hoy la lengua franca en muchas y muy importantes esferas de comunicación y que ello se debe, en buena parte, al poderío político y militar de los Estados Unidos de América.

  El uso de una lengua franca no se limita a una comunicación neutral sino que acuña conceptos y los introduce en el mundo del discurso social y filosófico hasta tal punto que determina ese discurso en su contenido y en su estilo. Las demás lenguas van detrás, esforzándose, en el mejor de los casos, por traducir esos conceptos. Ni que decir tiene cuánta creatividad se pierde con eso y cómo se relegan mundos enteros de pensamiento a una posición deventajosa o una ocultación fatal.

 No todo es, sin embargo, imposición de poder político y económico. Hay una cadena causal en la que se revela que detrás de este poder, y desde muy atrás en el tiempo, existe una fuerte producción intelectual y espiritual, en el sentido más amplio. Los países no llegan a ese grado de influencia por casualidad, ni es posible contentarse con una explicación economicista, favorita de un marxismo poco refinado pero muy socorrido como paño de lágrimas de los desfavorecidos. Acabamos en un círculo vicioso, porque la situación lamentable de predominio que apuntamos refuerza a su vez el poderío político de los "dueños de la lengua" y la desventaja de los que han de aprenderla y traducirla.

 El español es lengua universal, sin duda, por su número de hablantes y la dispersión geográfica de éstos. No lo sería si de España únicamente se tratara. No sólo por lo del número de hablantes sino también por el otro requisito apuntado, es decir, por la posibilidad de una fuerte e innovadora creación intelectual y espiritual. En ese aspecto hay motivos de optimismo en la realidad de América Latina y su enorme potencial espiritual, debido en parte a las aportaciones de la emigración de todas las procedencias que se expresa hoy en español y que da una cultura más tornasolada y potencialmente más fecunda que la de su raíz ibérica. Sin el lastre histórico de ésta y mucho más abierta al futuro, como es característico de las culturas de inmigración, a ella puede corresponderle hacer del español una lengua franca que vaya incluso más allá de su ya vasto ámbito geográfico.

 Marzo de 2007

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