El fracaso del sistema capitalista
Teresa Barro
Ni los medios de comunicación ni los políticos quieren confesar que lo que ocurrió con rapidez vertiginosa en la economía mundial de estos últimos tiempos fue el hundimiento del sistema global del mercado libre que se impuso con ideología dogmática y métodos arrolladores desde que se decidió poner fin, aprovechando la desaparición de la amenaza comunista, a todo lo que frenase el hacer y deshacer de quienes querían mandar en el mundo entero. Thatcher en Europa y Reagan en América fueron los encargados de poner en marcha "el nuevo orden mundial" en nombre de la libertad. Dejó de importar el tejido de la sociedad; como afirmó Thatcher en su momento there is no such thing as society ("la sociedad no existe"). Había que romper, en nombre de la libertad y la democracia, todo lo que tuviese cohesión, nobleza y sentido. Había que hacer masas pasivas consumidoras de productos, palabras y conceptos fantasiosos. La brutalidad que se había cultivado en el mundo comunista del siglo XX en nombre de la igualdad empezó a cultivarse en el mundo capitalista en nombre de la libertad. Las dos ideologías básicas del siglo XX merecían fracasar. Sin justicia, tanto la igualdad invocada en el mundo comunista como la libertad invocada en el otro tenían que desembocar en el atropello.
Quieren ahora presentar el derrumbe del sistema neoliberal como si fuese ocasionado por las fuerzas de la Naturaleza, como si nadie tuviese la culpa de que se hundiese y arrastrase en ese hundimiento a todos los que quedaron y quedarán sin empleo, sin techo y sin ahorros. A los culpables no les afectará: seguirán cobrando salarios fabulosos y subiendo peldaños en la sociedad por seguir colaborando en el engaño y seduciendo con palabras melosas y soluciones falsas.
Cabe preguntar si se sabía que el sistema financiero, tal como se impulsó a que funcionara, iba a fracasar un día u otro y más bien pronto que tarde. Se sabía que el llamado mercado libre y la llamada globalización eran la mejor manera de dar rienda suelta al exceso de todo género, psicológico, moral, económico e intelectual, y que costaría sufrimiento sin fin. Hubo creadores de dogma y hubo colaboradores entusiastas que vieron la posibilidad de situarse bien en el sistema y sacarle provecho. Y se sabía que todo se basaba en el juego y que había que imponer la psicología del jugador en todo el mundo para que pudiese funcionar el Gran Casino y hacer dinero a manos llenas para los dueños. La "globalización" era el adelanto indiscutible, algo inevitable que no tenía vuelta de hoja y rendía inútiles a las naciones, los Estados y los gobiernos. En ese marco, la política no contaba más que como espectáculo y pasarela de modelos. Mandaba "la economía", y con eso se acallaba todo lo que se opusiera al deseo de los que manejaban el dinero de los demás. El dogma de la privatización, presentada como la manera de librarse del poder del Estado y conseguir libertad de elección, fue otro elemento fundamental del engaño.
Si tan cierta y absoluta era la globalización, ¿dónde está ahora, que tanta falta haría, la solución global a la crisis? El Estado no podía intervenir cuando se trataba de salvar empleos o de reglamentar mercados, pero pudo intervenir, y rápido, cuando se trató de salvar a los que forjaron la tal crisis. El hundimiento trajo un "sálvese el que pueda" descarado, y por más que los políticos y los grandes de la economía convoquen reuniones de los trece, los quince o los treinta, nada se sacará de ellas más que las fotos consiguientes y las palabras gastadas para hacer creer que la solución está en algún lado y es cuestión de dar con ella.
Derrumbe por derrumbe, no parece mejor el del mundo capitalista que el del comunista en su momento. Por lo menos en Rusia parece haber quedado bastante en materia educativa y artística. En el sistema neoliberal, el centrarse exclusivamente en el dinero agostó también la educación y el arte, que perdieron el alma convertidas en productos engordados por el propio sistema.
¿Quiénes fueron los culpables de haber impuesto un sistema que creó tanta pobreza y miseria y dejó al mundo tan desorientado?
En primer lugar, instituciones económicas tales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y demás, que impusieron a los países el dogma valiéndose de todos los medios y los obligaron, en nombre de la llamada reforma económica, a renunciar a todo aquello que pudiese proteger a los ciudadanos del juego. Actuaron con despotismo y crueldad, y eso no debiera olvidarse. La "gestión del riesgo" que tanto recomendaron y promovieron formaba parte del engaño y no era más que una manera de disimular la falta de fundamento del sistema.
La adoración del dinero y la ostentación de la riqueza que se instituyó en el mundo de las "democracias" hicieron que la poca democracia que se había conseguido con dura lucha a lo largo de la historia dejara de existir en la práctica. En nombre de la libertad del mercado se sofocó la libertad auténtica y se instauró el autoritarismo en todas sus formas.
Debiera saberse a estas alturas que cuando se permite que el amor al lujo y al dinero imperen en cualquier institución, sea religiosa, política o familiar, el resultado es que todo lo que más pudiera valer desaparece roído por ese malsano afán de superioridad que acaba con lo que encuentra a su paso. Debiera saberse también que la disculpa que siempre se ofreció para malgastar el dinero de los demás, como hizo ahora el sistema neocapitalista, es la de que es necesario vivir con lujo para que a la institución de que se trate la respeten. Esa fue la disculpa de iglesias, gobiernos, monarquías y ahora las llamadas democracias. Y quizá habría que empezar por exigir a los políticos que, en vez de entrar en la política para situarse entre los ricos y asegurarse un futuro en las cimas de las montañas del poder, vivan con sencillez y sin ostentación y no estén al abrigo de las penalidades que puedan sufrir los ciudadanos que les pagan para que gobiernen a favor de todos. Empezar por rechazar y cortar el paso a todo aquel que muestre amor al lujo y se deslumbre ante los ricos sería quizá la primera medida necesaria para salir de esta "crisis" que tenía que ocurrir porque fue fruto de la codicia sin freno.
Teresa Barro
Noviembre de 2008
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