El desastre económico

Teresa Barro


 

Convendrá recordar cómo y por qué se impuso la ideología que llevó al desastre económico de estos momentos. Ideología que no se presentó como tal, sino, muy al contrario, como realismo que no cabía poner en duda. Lo que se impuso fue la adoración al dinero, el dinero como ídolo, y esa idolatría fue la base para una ideología que trajo la destrucción del tejido social.

La sociedad llamada occidental estaba más o menos organizada, antes de imponerse la idolatría del dinero, con algunos avances en la igualdad universal que se habían conseguido tras grandes luchas y muy poco a poco. Se había logrado en muchos de los países, los que se consideraban más adelantados precisamente por eso, instaurar sistemas de cuidado médico y enseñanza universal. Se había conseguido que la sociedad se basase en la idea de que era preferible que todos tuviesen acceso a un buen nivel de enseñanza, a cuidados médicos y a una pensión en la vejez y que nadie tuviese que permanecer al margen, sin instrucción, sin poder pagar para conservar la salud y pasando hambre y frío en la edad avanzada.

Eso fue lo que los impulsores de la idolatría del dinero se propusieron cambiar, y lo hicieron con campaña tras campaña de presentación de la ventajas de la "libertad de elección" y con un culto al individualismo que no consistió en hacer que cada persona pudiese desarrollar su potencial, sino en presentar como un adelanto el que cada cual tuviese que arreglárselas como pudiera.

Había que convertir a la sociedad entera en un mercado. El que no supiese o no quisiese "venderse" a buen precio no merecía respeto. Si enseñaba bien o hacía su trabajo con cordura sin pisar y aplastar a los demás era un pobre diablo que se dejaba llevar por sentimientos anticuados. Si alguien creía tener vocación para algo y aspiraba a dedicarse a ello, merecía desprecio y que no se le pagase. El dinero no podía ir a esos seres endebles y poco "productivos" que no adoraban al ídolo. Sólo los adoradores tenían derecho a hacer dinero y manejarlo, fuese de ellos o mejor aún si era el de los demás. Los jugadores de bolsa pasaron a ser objeto de admiración, y se impuso el culto a unos "famosos" cuya fama era producto del dinero que se había invertido en "engordarlos" para ponerlos a la venta.

El resultado de esa especie de locura colectiva que se impulsó en nombre de la democracia y la libertad fue la destrucción de todo el tejido económico y social; acabar teniendo que comprar de nuevo con el dinero de los contribuyentes lo que se había vendido para que el mercado fuese "libre". Y sin reconocer que el desastre era el resultado lógico de una ideología alocada y destructiva.

Son muchos los culpables, pero no poca de la culpa es de los políticos que se prestaron a hacer de agentes de esa ideología, jugaron a corto plazo con la esperanza de quedarse para siempre en el poder y se despreocuparon de las consecuencias que todo ello tendría para los países que gobernaron.


 

Teresa Barro

Enero de 2009

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