EL APLASTAMIENTO DEL ESPÍRITU CREADOR
Teresa Barro
El espíritu es lo que nos da el deseo y la posibilidad de ser creadores. Todos llevamos dentro el ansia de crear, de aportar al mundo un algo único que tenemos, de añadir algo valioso a lo que ya hay. Todo parece confabularse, sin embargo, para que el ansia de crear muy pocas veces encuentre salida y acabe frustrada y malograda.
Si la posibilidad de crear es el atributo humano por excelencia y lo que nos distingue de los demás seres del mundo en el que estamos, ¿a qué podrá deberse que no destaque más y que lo que más abunde sea, en cambio, la imitación rutinaria, la indiferencia y la falta de espíritu en todo lo que se hace? ¿Qué motivos o circunstancias pueden haber causado esa escasez fundamental de lo que debiera ser el elemento más importante para regir y valorar los asuntos humanos? ¿Qué puede haber sucedido para que en cada uno de nosotros se haya amortiguado hasta desaparecer casi por completo el deseo o la vocación, nacida en las raíces mismas del ser, de hacer algo que satisfaga el ansia de crear? Y quizá la respuesta tenga que ser que no sólo no se alentó el espíritu de creación en cada persona y en cada sociedad, sino que se hizo todo lo posible por no dejar que surgiese y por que predominasen los enfoques trillados y rutinarios.
Para entrar en el proceso de creación hay que prepararse y ponerse en condiciones de hacerlo. Y para ello es preciso conocer el pasado, entender el presente y adivinar hasta cierto punto el futuro. Pero la forma en que se estructuró la sociedad humana con el sistema patriarcal hace casi imposible que se cumplan esos tres puntos. La estructura patriarcal que se impuso desde el principio de los tiempos, autoritaria de raíz, hizo muy difícil abrir el futuro y entrar en los caminos de la creatividad.
El sistema patriarcal infunde en la raíz misma de la sociedad humana la jerarquía y la desigualdad "innatas" o decretadas por voluntad divina, el mando y la obediencia ciegos y el desprecio por el ser humano que no se haya convertido en autoridad familiar, económica o social. Las religiones fueron interpretadas según ese sistema y forzadas a adaptarse a él, y los que manejaron las creencias religiosas ayudaron a incrustar el autoritarismo profundo que el sistema patriarcal fomenta porque, formados por el sistema, no entendían de otra cosa, y porque les fue muy útil para obtener el mando y las riquezas que deseaban.
Aunque pueda no parecerlo, el sistema patriarcal funciona con la misma fuerza ahora que antes. Las conquistas que se hicieron en el terreno de la igualdad social o sexual removieron la superficie pero nunca llegaron al fondo de la cuestión, en parte porque no se vio que se trata de un sistema y que casi nada escapa a su influencia.
La idea de la superioridad innata de unos y la inferioridad también innata de otros es esencial para imponer una jerarquía y una desigualdad contra las que no se puede ni se debe luchar. Uno de los instrumentos de que se valió el sistema patriarcal para imponerse y organizar una sociedad injusta y determinista fue la idea de la superioridad masculina y la inferioridad femenina. Y todo ello impidió que surgiese el espíritu, que necesita libertad y aliento para poder desarrollarse, y también que se vigoricen por igual lo femenino y lo masculino y que ninguna de esas dos fuerzas quede ahogada o mutilada.
Hay incompatibilidad total entre el autoritarismo y el espíritu creador y por eso el sistema patriarcal, pensado para imponer un régimen imperioso, despótico y arbitrario en todas las esferas de la vida, hizo todo lo posible por aplastar el espíritu y no dejar que orientase los asuntos humanos. El sistema patriarcal sustituyó el conocimiento del pasado con idolatrías de presuntas glorias y hazañas familiares, raciales, sexuales o nacionales y, con esa pesada carga, hizo muy difícil o imposible entender el presente. Y, en cuanto al futuro, el sistema patriarcal sólo se ocupó de él para asegurarse de que todo siguiese lo mismo y no pudiese haber el progreso real que el espíritu creador hubiera traído consigo.
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