Cuidado con la leyenda blanca

Fernando Pérez-Barreiro Nolla

 
 

La dureza de la existencia, que en buena parte viene de la necesidad de coexistir, hace que individuos y colectividades se pertrechen de todas las defensas posibles para afirmarse y defenderse de los demás. Defensas físicas, por supuesto, pero también, a veces con mayor efecto y persistencia, defensas psicológicas. A lo largo del tiempo esas murallas y baluartes mentales se refuerzan y entrelazan y acaban siendo consustanciales con la identidad con ellas construida. La verdad es criterio que poco cuenta en esa propensión o esa necesidad de apoyo y refuerzo. El espíritu objetivo, esa realidad que se independiza de los espíritus individuales y subjetivos que la construyeron, actúa y se transmite de generación a generación, cada vez más inmune a la crítica y más fácil de confundir con la verdad. En esas condiciones, parece con frecuencia capricho subjetivo y vana empresa someterlo a consideración crítica.

 El pasado es cantera a la que se acude para esas construcciones afirmativas de la voluntad de refuerzo que casi siempre es voluntad de poder. Por eso es la historia campo fértil para la erección de esos edificios de abrigo y consuelo, de bien llamada "edificación" en la literatura religiosa, aunque es bien cierto que no sólo en ella existen y prosperan.

 Este género de reflexiones nos resulta útil en la exploración de esa realidad, a la que llamamos ya cosa mentale, que es el Imperio, y muy en especial del Imperio Hispánico, por verse en ese terreno muy claramente las funciones y las consecuencias de esa acumulación de "edificaciones".  De ese bloque de defensas e interpretaciones interesadas nace la dificultad de entender nuestras personalidades individuales e históricas, las de los que hoy son españoles y las de los que son ciudadanos de las naciones que se remontan a aquel Imperio. Por ambos lados abundan los obstáculos, pero parece que habrá que empezar por desentrañar los del lado peninsular, porque en ellos está muchas veces la raíz de todo el resto.

 La poca huella del Imperio en la imaginación colectiva de los españoles de antes y de ahora es cosa que llama la atención y hace pensar en un deseo, más o menos consciente, de mantener la distancia con una realidad que puede ser molesta. Esto ocurre ahora, bien pasados ya los tiempos imperiales, y ocurría ya probablemente en la plenitud de aquéllos. La presencia del mundo hispano en la mentalidad del español fue siempre abstracta, y por eso también unilateral. Los oídos peninsulares estuvieron cerrados por lo general a cuanto pudiese llegar de Ultramar. Perdido ya el Imperio, se lo recuerda como timbre de gloria, nostalgia de un poder perdido, pero sin huellas en los hábitos, las imágenes o los gustos culinarios. Y, por supuesto, con la misma sordera hacia cuanto de aquellas latitudes venga. Predomina el recelo a que haya algo valioso en ese mundo que pueda debilitar una  innata convicción de superioridad. 

 Las construcciones defensivas de ese género suelen tener pésimas consecuencias para la salud mental de pueblos y personas. Llevan al borde de la paranoia. Y, como en la paranoia, exacerban la referencia a uno mismo, el agrandamiento de la importancia que uno tiene frente a los demás. Y, en cuanto a conocimiento, ciegan la curiosidad y permiten desechar como ataque cuanto a uno no le conviene o simplemente no le gusta.

 Acercándonos al tema de la formación y conflictos de las mentalidades hispanas e hispánicas, que es uno de los centrales de las reflexiones en estas Hojas, detengámonos por un momento en la Leyenda Negra. El concepto lo difundió Julían Juderías con su libro de ese título, publicado en forma consolidada en 1917, con base en su trabajo ganador del concurso de "La Ilustración Española y Americana" unos años antes. Fijémonos en la fecha: relativamente reciente el "Desastre" del 98, parece lógico encuadrar las ideas de Juderías en el movimiento de reacción al desmoronamiento de lo que quedaba del Imperio.  Sin embargo, a nadie se le ocurre incluir a Juderías en la Generación del 98.  Los escritores de esa generación, con mejores o peores resultados, emprendieron una labor intelectual crítica y no justificatoria. Sana, en definitiva. La invención y evocación de la "Leyenda Negra", en cambio, es puramente defensiva, con el rasgo neurótico de echarle la culpa a los demás,  a un enémigo pérfido que, desde siempre, envidia y combate a la España eterna. Hace falta empezar por creerse perfecto, único y poco menos que santo para interpretar la historia como una conspiración de esa índole.  Claro está que España y su imperio fueron objeto de acerbas críticas, campañas de desprestigio y golpes bajos de todo género. Pero sólo a los que pensaron y siguen pensendo en términos de delirio persecutorio se les ocurre que eso es algo raro en el curso de los asuntos humanos. Lo convierten en gloria, con un razonamiento bien conocido en esta clase de trastornos: el de que la perfidia de los demás revela la grandeza propia. En reciente publicación en Internet  se expresa muy bien ese enfoque: "Sólo España tiene leyenda negra y no la tiene, en cambio, ninguna nación del ámbito protestante[…] No existiría "leyenda negra" si España no hubiera sido tan importante en el mundo".  Resulta, sin embargo, que todos los países importantes sufrieron y siguen sufriendo campañas de ataque ideológico y de torcida interpretación de su historia.  Es ley de vida y forma parte de las relaciones internacionales. No es nada difícil verlo. ¿Es que no son objeto de esas críticas los Estados Unidos de América en nuestros días? Y, para mayor semejanza, hasta se utiliza el concepto de Imperio en contra de ellos. Y, un poco  más atrás, las campañas de opinión contra el imperio británico en medios de influencia alemana, en los que colaboraban desde teóricos de la geopolítica hasta nacionalistas árabes de la traza del Gran Muftí de Jerusalén. Y la imagen que se creó contra la Alemania bismarckiana, mucho antes del nazismo. Sería inacabable la cita de ejemplos. Pero todo eso que se llama "mala prensa" no se configuró en una entidad absorbente como la Leyenda Negra nada más que en España. En ese sentido cabe afirmar que es una creación española y muy reveladora de alguna propensión nacional. La transformación de la propaganda adversa en leyenda tenebrosa es un rasgo neurótico.

 Preocupa el éxito que alcanzó esa idea tan simple. Lo que gusta oir se asimila con gusto. Admitirlo no exige esfuerzo, sino que dispensa de más pensamiento sobre la cuestión. Y la pereza patriótica se reviste de patriotismo. Los escritores del 98 y los que los precedieron en la crítica de la realidad española no fueron populares. Y ¿quién puede dudar del patriotismo de Angel Ganivet, por ejemplo, o de Jovellanos, o de Unamuno?. Ninguno de ellos tuvo que refugiarse en la fácil escapatoria de descalificar como obra de la envidia cuanto no sea ensalzar la historia patria. Nadie puede creer que para amar a España sea necesario pensar que tiene y tuvo siempre y en todo la razón y toda la razón.

 La idea de una malévola Leyenda Negra existía ya, con ese nombre o sin él, antes del libro de Juderías. Hay seguramente en todo ese acervo de distinta procedencia, distinta naturaleza y variable credibilidad, que se echa al saco de la Leyenda Negra, verdades y mentiras, hechos que requieren examen y situaciones que suscitan problemas éticos y políticos que sería muy sano dilucidar con atención e inteligencia. El recurso a la descalificación paraliza y acaba por pudrir lo que pretende defender.

 Ciertamente, el recurso a la Leyenda Negra es concepto clave para entender cómo se puede entrar en callejones sin salida, por los que no puede correr el pensamiento aireado.

 Febrero de 2007

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