Codicia y avaricia (II)
Fernando Pérez-Barreiro Nolla
Cierto que el espíritu no ocupa lugar. Objetivado en cultura perdura en el tiempo, y así no está limitado por la brevedad de nuestras vidas individuales ni por la estrechez del espacio en que nos movemos. En cambio, la trama del espíritu subjetivo dura lo que nuestra vida y ocupa el espacio que le otorgan nuestros instrumentos de sensibilidad e ideación, que son limitados. Dentro de esas limitaciones está llamado, sin embargo, el sujeto individual a vivir y crear en la realidad que lo transciende.
Por eso importa el buen uso del tiempo y el espacio de que disponemos. Su limitación en la realidad ontológica fundamenta esa exigencia ética. En todas las disciplinas mentales está presente un mecanismo de estímulos y causas. Las motivaciones no pueden ser infinitas y las contradicciones que puede haber entre ellas o se anulan, o se sintetizan con esfuerzo, o paralizan la acción.
De ahí que un buen régimen mental tenga que discriminar entre motivaciones. Y de ahí que no sea inocente ni indiferente la creación social de motivos, descomunal a veces y como revestida de los atributos de lo inevitable. Si nos movemos al impulso de vicios como la codicia o la ambición, restamos espacio y tiempo a otras motivaciones. Nada es gratuito ni infinito en nuestras vidas como sujetos de acción. Motivos innobles no dejan espacio para otros más nobles.
Los conceptos éticos de virtud y vicio se basan en la diferencia ontológica entre la creación y la dilución de espíritu perdurable más allá de la limitación de nuestra subjetividad.
fperezbarr@aol.com Marzo de 2008
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